Sin tregua – El paraíso rojo

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“Lo que está a la vista no necesita ante ojos”, es una expresión popular que oímos y decimos los venezolanos cuando alguien nos quiere explicar lo obvio, lo evidente. Si lo estoy viendo con mis propios ojos y además lo sufro en carne propia, para qué esa sarta de redundantes sandeces, esas explicaciones cuantitativas, cualitativas y cuánticas con la que nos avergüenza, entre otros, el minpopo aquel, el de la seguridad, que balbuceó el éxito de sus medidas para controlar la delincuencia desbordada…

Los venezolanos no necesitamos anteojos, porque hasta unos ojos miopes y con presbicia ven que sus devaluados salarios no alcanzan para cubrir los elevados costos de los escasos alimentos, que deben buscar y rebuscar en varios comercios. Después de 16 años de “socialismo”, sentimos miedo hasta cuando un producto está a punto de acabarse, porque sabemos a las dificultades que nos enfrentamos para conseguirlo de nuevo. Lo ordinario se convierte en extra ordinario, cuando la rutina de ir de compras – otrora hacer mercado – se transforma en una peligrosa aventura, que sabes cómo empieza pero no cómo ni cuándo termina.

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Acaso no están a la vista las largas e interminables colas de la incertidumbre, porque tampoco saben lo que bajarán de los camiones. No podrán llenarse los anaqueles. Porque consumidores y bachaqueros le arrebatarán los productos a los vendedores, en una rebatiña anárquica y enloquecida como se ha visto en varias oportunidades. Sin contar que ya se ha consolidado un patrón de conducta en las colas, en las que existen jerarquías y controles, pues los pranes rojos, grandes y voraces exigen obediencia absoluta por parte de los otros miembros del hormiguero patrio.

Y no se necesitan lentes para ver el estado lamentable en el que está la vialidad rural y urbana. Sólo tenemos que salir a la calle, para apreciar que lo que se ha hecho en las carreteras y avenidas es un fiasco total. Los huecos van de troneras a cráteres, sin hablar de los sistemas de drenajes totalmente obstruidos, que convierten a esta potencia de opereta en un enorme lago cuando llueve. Lo de Apure, Táchira, Mérida es una muestra de la gigantesca desidia del gobierno Madurocabellista.

Podemos ver sin ante ojos cómo se ha destartalado el parque automotor, que no se puede renovar porque los precios sólo están al alcance de la burguesía roja corrupta e indolente, dueña del erario público.

También es imposible arreglar un carro porque los repuestos se han esfumado. ¡Hay que ver lo que significa comprar una batería o un caucho en esta silueta de país que nos va dejando la langosta roja!
Uno se pregunta ¿se necesitan lentes para ver esta debacle? Pues no. Pero, el cogollo ahíto de poder, en su cúpula de cristal – resguardado por centenares de guardaespaldas, hartándose con dumios exquisitos, viéndose en el canal 8, escuchándose en la radio nacional y leyendo VEA – ha edificado un paraíso rojo maravilloso solo para ellos, donde el hilo musical deja escuchar la voz de Fidel, de Ramonet, Paul Gillman… Para eso firmaron un contrato con el hoy millonario encuestador Oscar Shemlel, quien hace su trabajito confortablemente. Su labor es acariciarle el oído “otítico” a Maduro, con cifras que reflejan su éxito en el coroto. Que reflejan que aquí se vive en un paraíso, pero “lo que está a la vista no necesita ante ojos”.

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