El origen del dinero, se remonta a las primeras prácticas asociativas de la humanidad. Ante la necesidad de intercambiar cada vez mayores cantidades de bienes, las comunidades primitivas que recurrían al trueque, se vieron en la necesidad de crear un mecanismo que facilitara el proceso y redujera los costes inherentes a la intermediación.
Así surgió la primera función del dinero: como medio de intercambio. Inicialmente, se usaron diferentes objetos socialmente aceptados. Testimonios escritos, nos refieren el uso de gran variedad de utensilios para este fin: conchas marinas, sal, metales, alimentos varios, animales, madera… para luego proceder a la acuñación metálica de monedas, posteriormente a la impresión en papel, hasta llegar a este moderno sistema de creación de dinero que utilizamos hoy.
Pero el dinero también funciona como unidad de cuenta, de esta manera se determinan los valores relativos asignados a cada bien y servicio. Así, podemos establecer la proporción en que se pueden intercambiar los bienes. Lester Chandler (Introducción a la Teoría Monetaria, FCE 1960) señalaba que así “como el metro, el centímetro y el milímetro nos permiten medir distancias…la unidad monetaria nos sirve para expresar el valor de las mercancías”. La tercera función consiste en servir como Depósito de Valor, una manera en que los agentes económicos (familias, empresas) pueden conservar su patrimonio, y diferir consumo actual por consumo futuro. Para ello, es necesario que el dinero conserve un valor estable. Finalmente, puede ser usado para realizar en el futuro pagos contraídos en el presente, es decir utilizarlo como patrón de pagos diferido.
La intervención del Estado en su diseño, le confiere, además de sus funciones económicas, una dimensión social y política. La moneda es entonces, un contrato que se establece entre el Estado y la sociedad, siempre regulado por la confianza. Independientemente del instrumento usado, la aceptación tácita de los miembros de una sociedad, ha sido el requisito para que su instrumentación sea factible.
El dinero en Venezuela
En Venezuela, la creación de dinero se heredó del antiguo establecimiento colonial, de esta manera, instaurada la independencia, se mantuvo el patrón bimetálico que entonces regía en España. En los comienzos del siglo XX, circulan los primeros billetes. Fueron emitidos por bancos particulares, quienes debían respaldar su circulación con reservas de oro. La promulgación del Banco Central de Venezuela en julio de 1939, centraliza en esta institución la acuñación de monedas y la emisión de billetes de curso legal. Con el tiempo, y a través de adaptaciones y reformas, se convierte en la institución fundamental para la instrumentación de la política monetaria.
Inflación y deterioro de la moneda
La inflación galopante sufrida en el país en los últimos años, que amenaza con convertirse en hiperinflación, ha generado un proceso de corrupción de la moneda, erosionado las funciones propias del bolívar como unidad monetaria nacional.
El Banco Central, cuyo principal objetivo está explícitamente consagrado en el artículo 5 de la Ley que rige su funcionamiento (“…es el garante de la estabilidad de precios y de la preservación del valor de la moneda”) se ha transformado en el mayor depredador de la misma, mediante la emisión de dinero inorgánico que en cantidades cada vez mayores alimenta la voracidad fiscal de un Estado hipertrofiado en su gigantismo y absolutamente ineficiente en su funcionamiento. De esta manera, el Estado que emite dinero sin respaldo, roba al ciudadano, incrementa el “impuesto perverso” de la inflación, mermando cada vez con mayor frecuencia el valor de ese billete que tiene en su bolsillo, destruyendo su función de ser, utilizado en su noción clásica de instrumento de intercambio, de valor, de cuenta y de patrón de pagos diferido.
Cuando el consumidor, en su afán de ganarle a la velocidad en que suben los precios, aumenta su demanda de bienes y servicios, fractura su cotidianidad, deambulando entre abastos, buhoneros, supermercados, bancos y cajeros, acelerando la escasez, estableciendo un bizarro e irracional proceso repetitivo, donde el precio no suministra información real a un mercado, que ya no es ni eficiente ni competitivo, y donde la moneda no genera confianza por su permanente pérdida de valor. Se sustituye la misma por objetos, por adquisiciones a veces innecesarias, se retorna a los inicios… al trueque.
Inflación monetaria vs. Inflación política
La inflación exacerba el desequilibrio fiscal, agudiza la monetización y pulveriza los esporádicos incrementos salariales, empobreciendo aún más a los sectores medios y bajos, fundamentalmente a los asalariados y pensionados. Incapaz de instrumentar mecanismos para enfrentarla y sincerar el mercado cambiario, el Estado totalitario propiciador de la inflación monetaria, ha pretendido neutralizar la misma con inflación política, que se materializa mediante su presencia agobiante, desmedida, mediática, sin hacer uso de la racionalidad, la eficiencia y la jerarquización de prioridades, aferrado al cálculo politiquero alrededor del poder. Ejecutando así, la máxima leninista de que “la mejor manera de destruir el sistema es corrompiendo su moneda”.