Mucho antes que la Unesco publicara el trabajo de investigación coordinado por Edgar Faure,bajo el título de Aprender A Ser, libro que representó una revolución dentro de los parámetros educativos, sobre todo en Sudamérica, porque allí se exponían las bases de una educación integral que fuese más alla de la instrucción formal, Doña Carmen de Chávez impartía a sus alumnos una enseñanza integral, “ para que aprendieran a leer y escribir y lo más importante que aprendieran a vivir”, según sus propias palabras.
Nació Carmen Verde en La Candelaria donde compartió años mozos con el maestro Alirio Díaz, Yiyo, como ella en confianza le decía. Esta amistad perduró toda la vida y son muchos los testimonios públicos que lo confirman. En su pueblo natal se inicia como maestra y luego se muda a Carora, donde contrae matrimonio con Francisco Javier Chávez, Don Chico, con quien procrea a Josefina, Marlene, Francisco Segundo, Iris, Revol Darío y Carlos.
El nombrar a su grueso núcleo familiar más que una intención biográfica tiene como propósito ubicar la grandeza de esta extraordinaria docente quien con energía inagotable fue maestra las 24 horas al día y madre ejemplar también las 24 horas del día, sin que jamás ninguno de sus dos roles fuera opacado el uno por el otro, ya que supo inculcar en sus descendientes que la docencia era una tarea de equipo y su hogar una vanguardia educativa donde todos sus integrantes tenían una misión que cumplir.
En la década de los años sesenta Doña Carmen fue maestra de la escuela unitaria Los Arenales, a la cual en ese tiempo se llegaba en recorrido de 40 minutos aproximadamente. Por mucho tiempo quien la llevaba y traía era su esposo Don Chico, en una camioneta Willis a la cual le daba mantenimiento diario y por ello siempre estaba lustrosa, impecable de mecánica y sin ningún ruidito de carrocería. Don Chico cumplía su tarea de transporte con disciplina estricta y con satisfacción notable, mientras que sus hijos cuando podían lo acompañaban asumiendo el trayecto de ida y vuelta como una excursión placentera.
Doña Carmen tenía registro riguroso del comportamiento de sus alumnos tanto a nivel de instrucción como de comportamiento. Para ella era tan importante como las calificaciones la disposición de sus muchachos frente al reto del aprendizaje. Por ello mantenía contacto permanente con los padres de sus alumnos para involucrarse en su proceso de formación familiar y ciudadana.
Para cumplir con este compromiso autoimpuesto disponía de los fines de semana para visitar los hogares de Los Arenales. Nada mejor para explicar su relación con los padres de sus alumnos que recordar un diálogo que luego de 50 años guardamos en la memoria como ejemplo de sabiduría:
– Lucrecio, ¿qué pasó que Manuel faltó a clases dos días de la semana? El me dijo que le preguntara a usted.
– Maestra tuve que ponerlo a trabajar en el corral de chivos porque ya no me doy abasto yo solo.
– Bueno, trabajando también se aprende. Hagamos entonces lo siguiente. Yo le voy a dejar la tarea para que la hagan entre los dos, así usted repasa lo que aprendió y él aprende de usted que el estudio es para toda la vida.
Manuel es hoy día ingeniero, vive y trabaja en Maracaibo y cada vez que puede visita a Los Arenales para ordeñar cabras en el mismo corral de su infancia. QEPD Doña Carmen.
