“Sembremos la semilla que ella cuando grande nos sabrá agradecer. Vamos y no temamos que el sol de la libertad en lo alto nos alumbra, mimemos la felicidad que ella siempre nos espera, lleguemos pero lleguemos juntos. No importa lo espantoso del camino, no vamos a temer por los fríos inviernos, nos sabremos defender” (Parte del poema Caminemos juntos cuyo autor es mi hijo Mauricio)
En el 50 aniversario de matrimonio, dedico a mi esposo Hugo Victoria, a mis hijos Hugo, Mauricio, Ivette y David, igual a mis nietos Andrea, Camila y Miguel Ángel.
Si el histórico samán de Güere allá en Aragua,la tierra de mis hijos, soportó de pie por siglos tiempos de calma y tiempos de tormenta, tiempos de ardoresy tiempos de fríos, tiempos de vigores y tiempos de fatigas,igual el árbol familiar que sembramos hace 50 años seguirá reverdecido, a pesar de los embates del tiempo y de las dificultades ,con su raíz, su tallo,sus frondas y frutos,erguido en el paisaje familiar hasta que el tronco aguante, la muerte sorprenda o lo decida Dios.
Veinte, treinta, cuarenta o cincuenta años, más que la fiesta, que la ropa, las fotos, el viaje y el anillo de bodas, es haber acertado el camino al elegir aquel o aquella que iría de nuestra mano dispuesto a mantener viva la alegría, fuerte el lazo aún en las peores borrascas y la bendición de la unión hasta el final.Unos logran la felicidad a otros nunca les llega. Su vida se convierte en oscuro panorama sacudido por viento de diálogos en fuga, voces que como árboles carentes de hojas, intentan hablar pero terminan ahogados en sus propias intemperies llenos de frío y soledad. En esta lucha infecundase le va el tiempo a muchos pensando y esperando; la rutina los envuelve, sus egoísmos, caprichos e indiferencias. Cuando reaccionan y van en busca delcobijo y cariño descuidado, ya es tarde, fue larga la espera y largo será el olvido.
No todos pueden decir que su anillo de bodas es el símbolo de “amo y me aman”. En muchos el anillo es solo una apariencia, una pieza de adorno en un dedo huérfano. No hace falta un anillo para ser feliz. A veces es más feliz un gusano en su terrón que un ser humano en su palacio.Nada impide que a los cincuenta años nos acerquemos a los rosales del jardín de los sueños, porque en el alma sigue siendo de oro el amanecer.
Al final de los años quedan los aportes como callados testigos de la fecundidad de nuestro espíritu y los momentos vividos, hayan sido abismos o hayan sido cumbres.
Paradigma a seguir son Tulio y Mireya Fernández quienes se amaron hasta los 68 años de casados.
Termino por hoy con el último poema de don Tulio dedicado a su amada Mireya:
“Voy a sacar de mi escuálido bolsillo la última moneda que me queda, para pagar al vocinglero grillo una canción para ti: “Lo que nos queda”.
Si nos queda mucho todavía, el tiempo importa poco, tu alma sin arrugas, mía; mi corazón juvenil por ser tan poco. Amor como el nuestro nunca se remeda viene de lo hondo: En la vejez pierde la aspereza para tener suavidad como de armiño, con alegría sin sentir tristeza; eso, amor es “lo que nos queda”.
A manera de un valsecito, un bolero o una ranchera, con música de grillo o de cigarra; es la ancianidad con primavera. Somos Adán y Eva sin cubrirse con la parra. Mireya, así es: tanto nos queda en este jacarandoso invierno, que daremos juventud hasta que se pueda, siendo así, breve pero eterno”.
Continúa la próxima semana.
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