Me molestómucho que Evo Morales regalara al Papa Francisco un crucifijo en forma de hoz y martillo, el símbolo comunista. Lo sentí como una burla, pero más molesto me sentí cuando me enteré de la razón del donativo y caigo en cuenta que somos muchos los que nos dejamos llevar por nuestros prejuicios,en este caso contra Evo Morales. De hecho, las redes sociales se llenaron de protestas, sin detenernos un momento para conocer de que iba el asunto y luego opinar.
Este crucifijo no es el resultado de una intención de ofender al Papa pues es una réplica de una talla que el sacerdote Luis Espinal Camps realizó en la década de los ’70 para expresar la unión del cristianismo con el marxismo, un planteamiento frecuente en la América latina entre los 70 y 80 cuando se hablaba de la teología de la liberación y varios sacerdotes participaban en movimientos guerrilleros. Al sacerdote Espinal lo mató a golpes un grupo de paramilitares y Evo le estaba pidiendo al Papa que iniciara el proceso beatificación.
Estos impulsos por opinar sin antes averiguar ocurren a cada rato. A veces sin mayores consecuencias, pero otras si, y muy graves. El hecho es que la mayoría, sino la casi totalidad, de nuestras opiniones y evaluaciones de la realidad en la que nos movemos no es el resultado de una reflexión ni de la búsqueda del conocimiento sino de un impulso emocional basado en una sobre simplificación de la realidad. Quien no controle esta tendencia puede caer en el fanatismo.
La realidad es mucho más compleja de lo que percibimos. Lo que interpretamos de la realidad es una confusa mezcla de algunos datos verdaderos y muchas distorsiones o simples falsificaciones. En la práctica, ante cualquier evento, casi nadie tiene la costumbre de reflexionar e investigar antes de opinar para hacerlo con un error menor. Esto ocurre con mucha frecuencia en el campo de las controversias políticas.
¿Cuántos de los que apoyan las teorías del socialismo del siglo 21 basan su posición en el estudio de las ideas políticas contemporáneas, en la experiencia histórica de esos regímenes, de sus éxitos y fracasos?. Pues muy pocos y aunque desde el principio hubo quienes alertaron y explicaron, no fueron suficientes para ser escuchados. En consecuencia, hoy estamos pagando el precio de la ignorancia. Lo mismo suele ocurrir con la oposición: apenas algunos tienen una idea más o menos coherente de todo lo que hay que hacer para cambiar el país para bien de todos.
Como decía Bolívar con toda razón: “La ignorancia hace de los pueblos el instrumento ciego de su propia destrucción”