Hace décadas, Arturo Uslar Pietri, desde su programa Valores Humanos, acuñó la frase: “Amigos Invisibles”. En febrero, por cierto, se conmemoraron 14 años de la muerte de este ilustre venezolano. Pero no es por eso que emerge el recuerdo. Tampoco es por el hecho de que, mientras el Dr. Uslar dijo: “Hay que sembrar el petróleo”, una precandidata del PSUV gritó, a todo gañote: “Hay que sembrar acetaminofen”. Es por las elecciones internas de ese partido. Es decir, desde el inicio de ese proceso interno, los amos del valle de la desolación en que se ha convertido el PSUV, comenzaron a expresar que los centros de votación estaban abarrotados de votantes, mientras en la calle, la realidad era otra. Una escasez de votantes, ¡tan grave!, que casi tiene que intervenir la Superintendencia Nacional de Precios Justos, mientras un rancio olor a soledad brotaba desde el interior de los centros de votación. Por eso la frase “amigos invisibles”, porque la única manera de que esos centros estuvieran abarrotados, como decían los accionistas del PSUV C.A., era que miles de hombres y mujeres invisibles estuvieran sufragando, sin que el resto de los venezolanos pudiéramos verlos. Con razón Maduro no ve las largas colas de gente comprando productos. Es que para él, hasta los bachaqueros son invisibles…
Por cierto, uno esperaba que la Cofradía Nacional de Enanos, el CNE, llamado así, porque nunca ha estado a la altura de los tiempos, guardara un poco las apariencias, en medio de esa farsa. Para no crear pruritos inoportunos, digo. Pero nada de eso. La tozuda directiva del organismo, para no dejar dudas sobre su roja filiación, en plena convocatoria del proceso maduro-cabellista, sacó de la faltriquera un mamarracho jurídico que ordena a los partidos incorporar, entre sus aspirantes a la Asamblea Nacional, un 40% de mujeres. Sin entrar en honduras jurídicas, cualquiera que conozca el pelaje de estos personajes se percatará que esta medida sólo pretende sabotear, alborotar, subvertir, inútilmente por supuesto, el proceso de unidad de las fuerzas democráticas venezolanas. Una vez, Maduro dijo que se parecía a Stalin. Algunos pensamos, más bien, que se parece a Capulina, el actor cómico mexicano. Aunque no hay duda de que su afán por ejercer el control sobre los poderes públicos, como es el caso del CNE, lo acercan mucho a Adolfo Hitler, en cuya época, el servicio público era “inherentemente político” y los funcionarios públicos eran considerados como “la tropa política del Führer en el área de la administración”. Claro, quizás la tropa administrativa hitleriana era menos rastrera, menos genuflexa que los lamentables burócratas rojos venezolanos, pero el tufillo fascista que impregna el asunto, sigue siendo el mismo. Poco importa si el brazalete se alza ante Hitler, Maduro o Diosdado, es el mismo tufillo, aunque a veces venga aderezado con una pizca de polvo de momia que el viento trae del cuartel aquel.
Aún no sabemos cuáles fueron los resultados de las elecciones del PSUV. Ni se sabrá. Unos, muy cariacontecidos, dicen que votaron tres millones de seres invisibles. Otros dirán que diez, o veinte millones. Qué importa. Nadie apuesta a que el cinismo sea una ciencia exacta. Lo que verdaderamente importa es que, sea cual sea el resultado, para el futuro del pueblo venezolano, esa cuenta, como la del poema aquel, es “la cuenta que no da nà”.