Vino al mundo en medio de carreras y camas no disponibles en la Maternidad Concepción Palacios. Quizás tanto trajín, antibiótico puesto a la madre, calle de piedra sin árbol que abrigara su llegada, incidiría en la pérdida de audición que por ser diagnosticada tardíamente, no la protegería de antibióticos prescritos por pediatra de escaso ojo clínico. Años después le harían un implante coclear en el Hospital Universitario de Caracas y se instalaría con sus padres en Lara, asombrada ante tanta luz y crepúsculo radiante, tanta música y palabra recibida como rocas que bajan a trancas y barrancas por el lecho de un río prehistórico, en sonidos percibidos a duras penas como espacios de sentido.
Se llama María José. De bellos ojos almendrados y risa fácil. Llegó a mi vida relativamente tarde aunque fuera tan nieta como el resto. Supimos en carne propia de la ausencia en Lara de terapeutas de lenguaje preparados eficazmente para trabajar con niños implantados. De improvisaciones y ausencia de sensibilidad.Sus padres se mudaron a Valencia por 2 años, tras la quimera de un Instituto de Educación Especial Auditiva que resultó ser sordo a las diferencias individuales, a los retos de incorporar a la familia de manera proactiva y creativa, en una ciudad que se antoja poco gentil para quienes se instalan en los alrededores sujetos a colas y humo.
Sometida al silencio lingüístico en un entorno de no hablantes orales, encasillada en repeticiones de sonidos sin contexto verbal ni contextual, no avanzó gran cosa y se decidió traerla de nuevo a Barquisimeto. Las cosas no cambiaron mucho, pues fue incorporada a la educación formal en una Escuela Bolivariana de hablantes cuyos maestros ni tenían preparación, tiempo ni la disposición para ayudarla. La reiterada exclusión escolar trajo aparejada como sobrevivencia, el desarrollo de un sentido de observación visual tan eficaz, que le permitió acceder rápidamente a juegos como el ajedrez y la enseñanza personalizada en casa y el acceso a una lógica abstracta cuyos caminos aún siguen siendo misteriosos para todos.
Se llama María José y cuando ríe se le ilumina la cara. Tiene sentido del humor y le gusta leer aunque su incorporación al espesor simbólico de la lengua aún siga siendo materia pendiente. Estudia en la Unidad Bolivariana “María Meléndez de Garcia”, cuya atención a niños, niñas y adolescentes con deficiencias auditivas se realiza a través de un enfoque bilingüe del lenguaje de Señas y la incorporación del lenguaje oral y escrito. Se refiere con amor a su maestra y a su terapeuta de Lenguaje, Noraida Cano, quienes con su profesionalismo y sensibilidad le abren sus horizontes de incorporación a la lengua hablada y oída.
Se llama María José y por estos días anda rebosante de felicidad. Ha sido incorporada al “Coro de Manos Blancas”, uno de los programas más importantes del Sistema de Orquestas, dirigido al desarrrollo e inclusión de los discapacitados a través de la música. El “Coro de las Manos Blancas” expresa la conjunción de la expresión oral, la expresión corporal y el lenguaje gestual. Basta ver cualquier grabación de internet para ser testigo de la pasión con la cual la docente Naybeth García y los niños con déficit auditivo, participan con disciplina y alegría, de una experiencia única que sirve de modelo en el mundo.
Escribo sobre María José siguiendo a Borges y su tesis de que comprendemos los grandes problemas humanos a través de la vida de una persona. Escribo también como homenaje a todos los que hacen de la música una vía de inclusión para ser y hacer felices a los demás.
