La Vinotinto, después de un hermoso triunfo 1-0 sobre Colombia, que nos colmó de alegría, perdió ante Perú 0-1, tras un dudoso lance de arbitraje y también ante Brasil 1-2, en buena lid, porque luchó con coraje. Inolvidable el tiro libre de Juan Arango que rompió la sólida portería brasileña, el arquero lo rechazó, pero “Miku” Fedor desde el suelo lo convirtió en gol de oro y nos hizo levantar la cabeza, aunque quedamos fuera de la Copa América. Una vez más la Vinotinto no llega, pero no perdemos la esperanza. Ha dado pasos gigantes, ya no es la cenicienta de América, hasta los grandes le temen. Ninguno ha podido rociarla de goles. En tres juegos, tres le metieron y ella metió dos.
Fue en tiempos de Richard Páez cuando, por el color de su uniforme, se empezó a llamar la selección venezolana de fútbol la Vinotinto. Es más, me parece que la idea de este bautizo fue del mismo técnico, bajo cuyo tutelaje la selección comenzó su ascenso, aunque siempre coartada por sus compañero del grupo regional, los del sur, los más grandes futbolistas de América. Ciertamente un camino cuesta arriba que ya hemos empezado a remontar. Llegará el día de alcanzar la cumbre.
Al ilegítimo difunto, con su vacío venezolanismo a ultranza -que no llegó a ninguna parte- se le ocurrió que se debía cambiar el apodo a la selección venezolana de fútbol porque el vino no era producto del país. Lo cual no sólo era ridículo -¡el vino es universal!- sino incierto, porque muy criollos son los Pomar, provienen de las bellas y estupendas viñas del estado Lara, muy cerca de Carora y la planta donde allí mismo se procesa, ejemplo de industria bien llevada, orgullo, no sólo de las Empresas Polar, sino de Venezuela. Nadie le hizo caso -gracias a Dios- y más bien el nombre se extendió a las selecciones de otros deportes que visten también ese color.
A mí me gusta este nombre, porque el vino es sinónimo de alegría desde
tiempos milenarios y no sólo para griegos y romanos con sus dioses paganos y sus ritos equívocos. No, también entra en nuestra era tras aquel trascendental diálogo:
-No tienen vino. / Jesús le respondió: -Mujer,¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora. / Dijo su madre a los sirvientes: -Haced lo que él os diga (Jn 2, 3-5).
Lo demás lo sabemos: el agua de las tinajas se convirtió en buen vino. Ella debe haber sonreído cuando él dijo no ha llegado mi hora y Jesús no sólo correspondió a esa sonrisa, que lo desarmaba, sino que asintió con la mirada. Con razón a María la llaman los santos la Omnipotencia Suplicante
porque, siendo hija, madre y esposa de la Santísima Trinidad, si intercede por nosotros, es escuchada. El primer milagro de Jesús, el de la Bodas de Caná, ¡fue un milagro de alegría!
Lo será también –quiera Dios que muy pronto- un triunfo contundente de la Vinotinto. Y vendrá otro… ¡el que todos anhelamos para la patria!