Hace casi cuatro décadas, en la edición 396 de la revista SIC que edita el Centro Gumilla, correspondiente a junio de 1977 se planteaban una serie de dilemas en torno a la vida, vigencia y perspectiva de las universidades venezolanas: No hace falta ser un experto para percibir que muchos de estos aspectos siguen teniendo hoy plena actualidad. El país requería entonces, y hoy especialmente, un debate a fondo sobre el papel de la universidad.
En tanto, en la mencionada edición se constataba –por un lado- un crecimiento incontenible de las entidades dedicadas a la docencia a nivel universitario, pero al mismo tiempo se lanzaban serias preguntas sobre la utilidad para el desarrollo nacional de tal tendencia, si la enseñanza no respondía a estándares de calidad.
Los problemas relacionados con el papel de la universidad parecen haberse agudizado con el paso de los años, y la sola respuesta administrativa, con mayor o menor presupuesto no nos conducirá a resultados satisfactorios. La editorial de la revista, hace 38 años, planteaba que el esquema presupuestario de las casas de estudios superiores estaba tan atado a compromisos laborales, que poco espacio quedaba para la investigación u otras actividades más allá de la docencia. Y en una suerte de espiral, las discusiones a todo nivel, cuando se debatía en aquellos años el futuro de la universidad, parecían circunscribirse al tema financiero. Se escurría el bulto para abordar temas de fondo, como uno insoslayable –también hoy-: ¿Cuál universidad para cuál país?
Un lustro después de aquel editorial, ubicándonos en la edición 446 de SIC, de junio de 1982, se pasaba revista al tema de la conmemoración del bicentenario del nacimiento de Simón Bolívar, que se celebraría un año después. Un artículo del conocido historiador Germán Carrera Damas fustigaba los excesos del culto heroico, al tiempo que recordaba el anclaje popular de Bolívar, cuya adoración devino en una suerte de “segunda religión” en Venezuela. Para el autor precisamente de un libro sobre el culto a Bolívar, la celebración del bicentenario debía convertirse en una excelente oportunidad para la investigación científica sobre la independencia nacional. De antemano, Carrera Damas planteaba un cierto pesimismo, pues a su juicio terminaría prevaleciendo un uso gubernamental de la figura, inserta dentro de celebraciones oficiales.
En la edición 645 de SIC, de junio de 2002, se recogía el debate en torno a la creación de una comisión de la verdad, que tendría por finalidad esclarecer los hechos que acompañaron de forma previa y posterior al golpe de Estado del 11 de abril. Todavía, en aquel momento, se veía con optimismo la posibilidad de que se estableciera tal entidad con respaldo de la Asamblea Nacional, teniendo apoyo de gobierno y oposición, y colocando al frente de la misma a destacados protagonistas del mundo de los derechos humanos.
Tal tarea no se veía libre de dificultades, las había, especialmente a causa de la extrema polarización política, que a la postre podría punto final a esta iniciativa. La creación de la comisión se veía como indispensable para que los sucesos, en los que perdieron la vida muchos venezolanos, no fuesen utilizados políticamente por ninguno de los actores en pugna. Cinco años después, en los actos públicos que encabezó el entonces presidente Chávez –en abril de 2007- corroboraron la validez de aquellos temores, pues nadie en el gobierno (y tampoco en la oposición) quiere arrojar luz cierta sobre los hechos, sino convertirlos en imagen de su epopeya particular.