Ahí estaba el pueblo llano, habitado por gente sencilla y unida, apegada a la amistad y al trabajo. Era el paisaje humano de una tierra plena de sol que nos puso en su camino para ir descubriéndola, paso a paso, viendo extensos verdes de plantaciones agrícolas regadas por lluvias y ríos que causaban admiración a nuestra edad infantil.
También fue admirable ver a laboriosos labradores, entre ellos muchos inmigrantes de naciones europeas recién salidas de la Segunda Guerra Mundial, venidos a rehacer la vida y a sembrar futuro. Otros hacían diversos oficios, por ejemplo un heladero en bicicleta que nos acercaba a la sabrosa alegría de saborear chocolate, mantecado o fresa.
A la vez, fue grato asistir a una iglesia de sobria arquitectura y diaria oración, con sus madrugadoras misas de aguinaldo entre ruidos de campanas y cohetes, más el goce de ir luego a patinar en la Plaza Bolívar. Asimismo, en horario vespertino, entrar a un viejo cine donde se veían películas de tarzanes, hombres cohetes, charros cantores, bellas mujeres y la desigual refriega de indios y vaqueros disputándose un territorio sin ley.
Vivir durante un amanecer, todavía arropado de luna, el fragor de una acción armada contra el Gobierno, temerario alzamiento protagonizado por agricultores que exigían con valentía su derecho a un pedazo de tierra.
Jugar pelota usando bolas forradas con adhesivos, bates de guayabo y guantes de lona, todo hecho con nuestras propias manos para soñar proezas del beisbolista “Chico” Carrasquel. Fabricar una casa en el aire, sobre un árbol, trepando ramas en alas de la fantasía. Sumarse al desfile escolar de la Semana de la Patria, pasos guiados a ritmo de bandas marciales.
Acercarse al ruido del Carnaval, al sosiego de la Semana Santa, a la fiesta patronal de Nuestra Señora del Rosario, eventos que en paréntesis laborales brindaban sana diversión y práctica religiosa. Y un día, bajo luces de un nuevo cine, aplaudir la actuación en vivo del ídolo del momento, el cantante y actor mexicano Pedro Infante. En esa onda artística ver las primeras señales de televisión, con imágenes de música criolla.
Además, oír de expresivos lugareños muchos relatos, palabras de realidades y fantasías que iban recorriendo la flexibilidad del idioma para fortalecer la memoria de este otrora pueblo Villa Bruzual, más conocido como Turén, tierra crisol de nacionalidades y de recuerdos en donde, sobre todo, se sentía crecer la siembra en surcos de abundantes cosechas, muy buenas, incluso para exportar.