Quien escribe, y a millones de venezolanos más, nos es difícil, sino imposible, digerir los modales que como estrategia implantó el “difunto comandante” desde que asumió el poder.
El estilo personal de accionar se entiende dado que la actitud tomada es cónsona con su propósito, aunque muy distante del comportamiento cívico en un primer mandatario.
Como un rasgo de modesta cultura y educación, de mediana sensatez y sentido común, retrata el hecho de no adaptarse y consustanciarse con la manera irrespetuosa, grosera, vulgar y violenta que empleó el susodicho desde que se hizo del poder frente a “la moribunda”, comienzo de la profanación del buen lenguaje como elemento de comunicación con la colectividad en general.
Desde ese momento hasta su muerte utilizó esa “arma” denigrante para referirse al sector disidente, a quienes le adversaban, a la dirigencia política de oposición, y a las personas e instituciones que a priori juzgaba no le eran adeptos.
Esa forma de gobernar la urdió como táctica para golpear y mancillar al oponente, algún rédito político pudo alcanzar con ello entre sus acólitos; de lo que sí estamos convencidos es de la poca grandeza y prestancia que se le ha brindado al país y a su sociedad con semejante conducta.
Recordar tal legado viene al caso, porque su heredero sigue en la misma línea, el mismo guión, igual receta, utilizando un lenguaje soez, insolente, violento, y, lo más grave, con el aditivo de ser amenazante, ya en dos de sus últimas alocuciones confiesa, a saber: “que habría una masacre y muerte en el país si fracasa la revolución chavista (el fracaso es un hecho), y la más fresca, dijo, “…que si la oposición ganara las elecciones parlamentarias, comenzaría una confrontación en la calle, que él sería el primero en salir…”
Con dicha afirmación reconoció que desconocería el resultado que le sería adverso. Pero a todo esto, lo perverso y dictatorial del caso es la incitación descarada a la violencia, que no puede ser propia ni aceptarse en un sistema democrático con Poderes Públicos independientes y autónomos, y en un Presidente que debe ejercer apegado a la Constitución y las Leyes. No es fantasía, ni una postura oposicionista a ultranza establecer semejanza del régimen chavomadurista con la dictadura castrocomunista. Esas aberraciones y otras tantas configuran la faz del régimen y quien lo preside.