Tiempo de recomponer la esperanza

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Esta semana estará dedicada al periodista venezolano, en ocasión de recordarse su Día, el sábado venidero. Una fecha instituida en 1964 en honor del Correo del Orinoco, órgano de difusión del ideario patriótico, fundado en medio del fragor de la guerra por el Libertador Simón Bolívar. El primigenio ejemplar de esa muestra de la “artillería del pensamiento” circuló el 27 de junio de 1818.

La efeméride es, naturalmente, propicia para el debate sobre el periodismo que se ejercita en el país, al calor de una hostilidad distinta, pero asimismo sangrienta, y opresiva. Otras contiendas nos aguardan en el terreno de las libertades y no han de ser esquivadas. En lo tocante a EL IMPULSO, sometido al sesgado arbitrio oficial junto a un puñado de medios que han decidido resistir de pie la obsesión hegemónica del Gobierno, si bien no ha sido una jornada fácil la librada todo este tiempo, tampoco ha dejado de de pararnos satisfacciones, motivos para el aliento y la certeza de que marchamos por el sendero correcto de la historia. El anuncio de la decisión unánime de Fedecámaras, al acordar que en su LXXI Asamblea Anual, a realizarse en Barquisimeto, en el mes de julio, habrá de concedernos el premio Medio de Comunicación del Año, nos llena de especial regocijo. Un galardón que compartimos emocionados con el jefe de nuestra Corresponsalía en Caracas, Juan Bautista Salas, proclamado con sobrados méritos Periodista del Año 2015, por la organización empresarial que digna, brillante y heroicamente preside Jorge Roig, un admirable gerente y líder gremial de probada lucidez cívica.

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Son acicates no para el regodeo y la agitación festinada. Muy por lo contrario, esto nos convoca a la ratificación de un compromiso tan centenario como inexcusable. Es lo que nos mueve a alzar con claridad nuestra voz frente a ese alevoso asalto que, como si faltara un mayor despliegue de abominaciones en perjuicio de la Venezuela decente, aplicada y emprendedora, ahora mismo se perpetra contra una de las primeras garantías de superación y realización de los jóvenes, el más caro patrimonio de la nación, justo cuando emigra en dolorosa e irreparable desbandada hacia estadios donde brille algo que aquí se apaga con abrupta vileza: la oportunidad. Nos referimos, claro está, al severo golpe asestado al mérito y a la academia.

Al absurdo representado en el hecho de que, por resolución de la OPSU, en adelante la contracción al estudio, la preparación y los desvelos por aprender de los cursantes de bachillerato, así como el sostenido esfuerzo de sus padres, poco valor específico reunirán a la hora de acreditar el ingreso al claustro universitario. En nombre de la misma trasnochada y ruinosa bandera de redención social que, al propio tiempo que los nombra y alaba, hunde a los pobres en una pobreza mayor, y si algo ha democratizado es la mengua, la estrechez, esta miserable fiebre bachaquera, el Gobierno erige un monumento a la más desoladora de las indigencias: la del espíritu. Luego de confiscar propiedades a troche y moche, hasta aniquilar la indispensable confianza de quienes a lo largo de generaciones han sostenido iniciativas generadoras de prosperidad, ahora les ha dado por masacrar el pensamiento, con la inconfesable intención de ahogar su carácter crítico, su proximidad con los valores de la libertad. Buscan expropiar los testimonios de la vocación, los dictados del mérito, el brillo del talento, las imponderables revelaciones de la aptitud. Concluir que eso en lo sucesivo lo definirá no la nota, en una palabra, la calificación, el promedio acumulado, sino si el techo de la vivienda del aspirante es de zinc o no; partir del absurdo supuesto según el cual en los colegios privados estudian hijos de ricos, oligarcas; y, peor aún, condenar el ascenso personal y social a la hoguera de la salvaje lucha de clases, es una regresión intolerable. Una atrocidad que se han creído en el derecho a cometer quienes asfixian financieramente a la UCLA; promueven los actos vandálicos que acosan a los núcleos de la Unexpo; ordenan o consienten la incursión armada, con “órdenes de disparar”, por parte de colectivos afectos, en la Universidad Católica Santa Rosa. Es más, incurren en el gesto descortés, maleducado, de espantar con piedras a senadores brasileños, con el mismo desparpajo que insultan, esposan a un poste y desnudan luego a una periodista que cubría el traslado de unos presos, en Villa de Cura, estado Aragua. Y se llevan detenida a la madre, de 75 años, de Rafael Isea, un camarada que decidió desertar al Imperio y al parecer no se cansa de cantar y delatar, cooperante, en las tarimas de la DEA.

Una cadena de bajezas propias de bárbaros. De ultraje en ultraje, la nave de la revolución cae en barrena hacia su calamitoso descrédito, justo cuando los vientos que soplan, a pesar de las postreras y torpes asistencias del CNE, la empujan hacia los descampados de una cita electoral frente a la cual ya la MUD anticipa la alentadora nueva de que acudirá con tarjeta única. Tiempo de recomponer la esperanza.

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