Hace ciento treinta y cuatro años, en julio de 1881, tiempos de la violencia de las guerras civiles, falleció en Caracas uno de nuestros más grandes humanistas de todos los tiempos, Cecilio Acosta, hombre de paz en pensamiento, palabra y obra. Pocos días después, en la Revista Venezolana, José Martí escribió un elogio del difunto. Montó en cólera el Presidente Guzmán Banco, lo consideró una insoportable injerencia en los asuntos venezolanos, y echó del país al Apóstol de la libertad de Cuba, quien fue persona non grata para los gobernantes de nuestro país. Los sucesores de Carujo, el del diálogo histórico con Vargas durante la Revolución de las Reformas para derrocarlo, detestan a esos que Mijares exalta en Lo afirmativo venezolano. Y bueno, tampoco es que les falte razón en la inversa perspectiva de su sinrazón.
En 1868, Cecilio Acosta escribió que la enfermedad de nuestros pueblos y “puede ser por algún tiempo su cáncer futuro” es el odio político, generador de vicios como el sectarismo, la improductividad, la mala administración y la violencia.
“La mayor parte de esos vicios, si es que no todos -dice el pensador y jurista de San Diego de los Altos- nacen de que aún no hemos querido entrar en las verdaderas prácticas republicanas, en la discusión pacífica del derecho, en los usos respetables de asociación, en la prensa como luz, en la representación como reclamo, dejando con esto petrificarse los abusos y agravarse los males públicos; para ocurrir a la guerra como único remedio, y crear una nueva situación política en que se repitan, en perjuicio de vidas y fortunas, la misma negligencia por una parte, y por otra la necesidad de caer en idénticos desastres.” Asignatura aún pendiente.
En los últimos días de mi bachillerato en el barquisimetano Liceo Lisandro Alvarado, la profesora Viloria nos regaló a varios un ejemplar de Cosas sabidas y cosas por saberse de Acosta. A modo de dedicatoria escribió, “En espera de que le sea de alguna utilidad”. Lo ha sido, y mucho. Primero por su tema que es la relación entre los sistemas educativo y productivo. “Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos; y eso es todo.” También por enseñarme temprano a conocer y comprender la importancia de venezolanos como el sabio de los Altos Mirandinos. Hubo, en la Venezuela violenta “de los valientes”, voces sensatas y serenas de hombres justos que hablaban desde una visión más penetrante y más larga.