No será nada fácil reconstruir el aparato productivo de un país cuya economía parece haber sido desarticulada lenta y arteramente, a lo largo de estos años, los que se anunciaron para muchísima gente como posibilidad de justicia social – no de prebendas, componendas ni reparto rentista-, así como un cambio de rumbo de lo que venía siendo una práctica política sujeta a repartos y acuerdos, generados por una concepción bipartidista del ejercicio de la democracia.
No faltan ahora quienes, desmemoriados, añoran tiempos de una democracia que en muchas ocasiones luciera imperfecta, injusta y corrupta. O de los desinformados de siempre, que piensan, por desconocer nuestra historia o manejar tan solo la de los triunfadores, que las referencias y los hechos están allí, a los ojos de todo el que desee asomarse a conocer y entender el país que fuimos y somos, del cual, aunque algunos lo repitan como si se tratara de sumar 2 más 2, no tenemos la misma cuota de responsabilidad ni culpa todos.
Desconocen por demás, que en política, las sumas a veces restan, dividen y hasta multiplican y que comprometerse y equivocarse –muy diferente a destruir el país o participar en la corrupción-, es parte del ejercicio ciudadano de la democracia. Del compromiso individual que a su vez es social por cuanto todo lo que hacemos individualmente, aunque lo ignoremos, compromete a la humanidad, puesto que el Otro, conocido o no, similar o diferente, también me compromete con su actuación. Lo cual es diferente a mi responsabilidad individual en lo por años han llevado a cabo gobernantes, ministros, senadores, diputados, funcionarios, políticos, militares y un largo etcétera que incluye hasta directivas de comunas y diversos ritmos y variedades del nuevo empleo nacional conocido como bachaqueo.
No será fácil tampoco salir ileso de años de imposición de pensamiento único, cuya monocorde salmodia ve enemigos hasta en el balbuceo de los bebés nacidos en hogares de colores y pensamiento diverso. Pensamiento único que a su vez tiene su contrapartida en numerosos opositores que parecieran practicar con los suyos y con los de la acera de enfrente, lo que critican.
Habrá que recuperar el verdadero sentido de las palabras, restañar sus heridas, limpiarlas y hacerlas tan transparentes que hasta correremos el riesgo de disminuir la opacidad necesaria a todo pensamiento complejo o profundo. Habrá que recuperar la luminosidad del pensamiento que se muerde la cola y se repregunta sobre sus certezas. Tendremos que paliar con justicia, tanta pobreza disfrazada de asistencialismo partidista y recuperar la diversidad de pensamiento que tanto bien le ha hecho a la humanidad y que nos permite comprender la razón de sus desvíos cuando se impone el pensamiento único, trátese de la religión, la política, la ciencia o la educación. Quizás así acabemos con la pobreza de ideas y de pensamiento, visible y comprobable en algunas de las discusiones suscitadas en las redes sociales.
En fin, que el amor a la patria, al prójimo, al país, a la tierra que nos vio nacer y nos padece, deberá dejar de ser esa abstracción por la cual tanta gente ha dejado de amarlos. De amar y ser amada. Habrá que recordar que no será fácil pero tampoco imposible.