Presenciamos incoherencias en el fútbol, deporte de popularidad mundial. El escándalo de la FIFA sacudió el planeta. No hay que asombrarse. Yo, por lo menos, desde hace años tenía noticias de que el entonces presidente de esa organización, el brasileño Joäo Havelange, que tanto impulso dio a ésta, asociado con el político italiano de pésima fama, Berlusconi, era de manejos turbios. Los señalaba un acucioso periodista como cómplices de la degradación de Diego Maradona. Hace uno o dos años estalló la noticia: el carioca había recibido jugosas comisiones en los negocios de la FIFA. Se me afirmó una corazonada que tuve: el Mundial de Francia, en el año bicentenario de la Revolución Francesa, que ganara casualmente el equipo local, fue arreglado. Al encuentro final entre Brasil y Francia, Ronaldo, el Fenómeno, salió enfermo. Se había intoxicado el día anterior, ¡qué cosa! Los jugadores contrarios ese día, como durante todo del torneo, se ensañaron en golpearlo en su rodilla restaurada. Blatter, el presidente en entredicho de la FIFA actual, era el asistente de confianza de Havelange. Quien lo hereda no lo hurta.
El sábado 6 de este mes presencié por TV el encuentro final de la Liga de Campeones del Juventus de Turín y el FC Barcelona de España. Un partido sensacional entre verdaderos campeones, donde el equipo catalán se impuso en buena lid al italiano 3-1. Bonita demostración de fútbol como para olvidar la sombra ominosa sobre la FIFA. En España la rivalidad entre el Real Madrid y el Barcelona es proverbial, como en béisbol de las Grandes Ligas la de los Yanquis y los Medias Rojas, en Venezuela la del Caracas y el Magallanes. Joaquín Rodríguez, el Rector de la Universidad Monteávila, dice que yo soy la única persona en el mundo que simpatiza tanto con el Real como con el Barça. Simpatizo con la Madre Patria. Si, debo ser la única, porque dentro de la misma España, los fanáticos del fútbol se reparten por provincias y no se interesan mucho cuando la selección española compite en las contiendas mundiales. Cada quien aupa su terruño. Si gana la patria grande, dicen que fue por los jugadores que había del equipo local.
Me equivoco: no hay patria grande para algunos españoles. Aquí somos diferentes. Por más apegado a lo suyo que sea un margariteño o un maracucho, nunca deja de sentirse venezolano. En España alguna región, si no en su mayoría, pero si en un vasto sector de su población, no quiere ser de la patria grande, tan cargada de gloria como para que todo ibérico esté orgulloso de ella. No, quieren ir contra la historia que va hacia la unidad en gran nación de los territorios menores; prefieren desprenderse de una tradición noble y común, rezagarse del avance y retroceder para convertirse en un pequeño estado separado y lógicamente más débil. Eso pasa en Cataluña, donde ni quieren hablar español. Ridículo.
El 6 de junio en Berlín, medio estadio estaba cubierto de banderas de Cataluña. Al final lució en el campo la bandera de Brasil enarbolada por los jugadores brasileño campeones con el Barça. ¡Qué ironía! La gran ausente fue la bandera roja y gualda. La mía en ese momento, ¡yo estaba con el Barça, Campeón de España! ¿Por qué aceptan este título? Si no son españoles, no deberían jugar en esa liga.