«Abajo cadenas, gritaba el Señor…y el pobre en su choza libertad pidió». Esa estrofa del Himno venezolano es todo un compendio político y de historia nacional.
Es probado que los grandes cambios políticos y sociales del mundo provienen de estratos que tienen el tiempo, la ilustración y los recursos que les permiten dedicarse a pensar y a soñar con un mundo mejor.
Quienes tomaron la iniciativa en la gesta independentista en Venezuela fueron los «señores» y las incipientes clases medias. Sus dos prohombres más ricos, el marqués del Toro y su primo político, Simón Bolívar, dirigieron la gesta ante la asfixiante dominación mercantilista del estatismo español.
Las masas populares -que Karl Marx calificó de «lumpen», otros de chusma o plebe, y algunos demagogos llaman «pueblo»- rara vez miran más allá de la inmediatez de su lucha por la subsistencia.
Las turbas acaso siguen o imitan, a veces con ejemplos individuales de valor y heroísmo (entre constantes deserciones e insubordinaciones), pero resulta insólito que tomen la iniciativa. No existe un «pueblo» protagónico, y menos el vulgo solo.
Esa masa que tanto halagan los populistas no tumba gobiernos. Sale a saquear cuando falta un régimen autoritario, como en febrero de 1936, a los tres meses de la muerte de J.V. Gómez, o el 23 de enero de 1959, cuando Pérez Jiménez ya viajaba hacia Santo Domingo; y el desaparecido mandatario aclaró en cadena que los saqueos del Caracazo fueron altamente organizados por muchos que hoy hacen parte del régimen.
De modo que la referencia a «bravo pueblo» se refiere a la nación de conjunto y no a la torcida interpretación que a la palabra «pueblo» otorgan demagogos de todos los tiempos.
Por eso las hordas tampoco dan la vida por líderes populistas, y menos por dirigencias colectivas fracasadas y en bancarrota. En la Alemania de 1945 resultó que nadie fue nazi, y en Europa del Este los comunistas hoy son «rara avis». El sobado grito de «patria o muerte» es puro histrionismo subdesarrollado.
Lo que más resalta de toda la reciente experiencia venezolana es la empecinada y persistente resistencia de su gente más decente, valiosa y productiva a arriar las banderas de libertad y democracia.
Y es que aquí – gracias a la democracia – la gran mayoría tiene legitimas aspiraciones de superación. Quién no es clase media quiere serlo, pues esa clase es un estrato económico sino un estado cultural y mental: Por eso muchos que montan mansiones siguen con el rancho en la cabeza.
A Dios gracias, aquí grita el señor, y seguirá gritando: Abajo cadenas.