8 de septiembre de 1991. La última década del siglo XX transcurría envuelta en el denso sopor dejado por la sangre de miles de inocentes abatidos aquel fatídico 27 de febrero de 1989. La conciencia colectiva continuaba aturdida por las inéditas imágenes de violencia en una Venezuela hasta los momentos “saudita”, como solía llamársele. Las calles de la capital de la República, aún expelían el odio, el resentimiento y el deseo de venganza de un pueblo inexplicablemente excluido, con derecho a reclamar lo que le corresponde. El derroche derivado de una bonanza ficticia, absolutamente temporal, produjo la implosión que dio paso a un proceso político del cual aún no hemos despertado. ¿Realidad o ficción?, se preguntaban los cogollos, mientras el sueño de país de Rómulo Betancourt, se desvanecía en las inescrupulosas manos de una élite dispuesta a todo por mantener el férreo control sobre el aparato partidista, bajo la creencia que con ello, se asegurarían la Presidencia de la República, así como los privilegios propios de las desviaciones éticas de un modelo en decadencia…
El escenario estaba servido. El parque Naciones Unidas de Caracas, recibe a los delegados de las seccionales a la convención nacional de Acción Democrática para elegir las nuevas autoridades partidistas. Héctor Alonso López encarna el fervor de las bases populares para la obligante ruptura generacional de cara al siglo XXI. El caracazo del 89, alerta sobre programas agotados en un país que exigía un drástico y refrescante cambio direccional en el partido político más importante del continente. La conspiración en los cuarteles avanza, mientras Alfaro prepara el epitafio de un pan, tierra y trabajo diluido en sus mezquinas ambiciones…
El Caudillo, como solían llamarle sus adulantes. Frío, calculador y corrompido, desde la secretaría de organización, monta el conjuro interno para secuestrar, en una manipulada y fraudulenta elección de segundo grado, la secretaria general y el aparato del partido de Rómulo Betancourt para colocarlo al servicio de su causa personal. Con ello, liquida a Héctor Alonso y castra las generaciones de relevo sub-siguientes, quienes jamás logramos sustituir la camada de dirigentes más mezquina y excluyente que Venezuela pueda recordar. Sin lugar a dudas, aquel 8 de septiembre de 1991, en el Parque Naciones Unidas, perdimos el país…
Cientos de hombres y mujeres delegados del partido, jóvenes en su gran mayoría, por comodidad, por celo político, por privilegios, o por cobardía, se hicieron cómplices de la mortífera estocada dada por el caudillo al nuevo liderazgo de AD. Una puñalada certera en la médula ósea de la democracia venezolana, abrió paso a las intentonas golpistas del 92. La defenestración del poder, expulsión del partido y encarcelamiento de Carlos Andrés Pérez. La expulsión de Héctor Alonso López; y para culminar, la candidatura Presidencial de Alfaro en 1998. Con esto, se entrega el país en bandeja de plata al actual régimen militar que destruyó, en tan solo 16 años, lo que costó, a la deficiente pero perfectible democracia civil, construir en 40…
Mis comentarios:
.- El aluvión generacional en Venezuela es indetenible. Vientos de cambios huracanados estremecen los cimientos del régimen…
.- No podemos repetir los errores del pasado… Unidad…
Pues con prudentes medidas puedes ganar la guerra, y donde hay muchos consejeros allí está la victoria…(Proverbios 24:6)