“Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11), pedimos en el Padre Nuestro. Sin embargo, ese alimento diario que pedimos y que Dios nos proporciona, no es sólo el pan material, sino también -muy especialmente- el Pan Espiritual. “Yo soy el Pan de Vida”, nos dijo Jesucristo (Jn 6, 35).
A pesar de la situación de escasez y carestía que podamos sufrir, no podemos estar pendientes exclusivamente del alimento para el cuerpo. Por supuesto ¡no podemos dejar de comer! El pan material es indispensable para la vida del cuerpo. Pero es que el Pan Espiritual es también indispensable para la vida del alma.
Jesucristo está VIVO en la hostia consagrada, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Es decir, está presente en la Eucaristía con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser alimento de nuestra vida espiritual. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi.
Efectos del Sacramento de la Eucaristía
•nutre al alma,
•aumenta la Gracia (vida de Dios en el alma)
Adicionalmente:
•borra los pecados veniales,
•nos da gracias para cumplir la Voluntad de Dios,
•nos fortalece en las tentaciones,
•efectúa “comunión” del comulgante con Cristo y con el prójimo,
Ahora bien ¿siempre se realiza la Comunión? La unión con Cristo o Comunión es posible sólo si de veras deseamos unirnos con El y, si al recibirlo, lo hacemos con las debidas disposiciones. Si no tenemos las actitudes correctas de fe y de deseo de imitar a Cristo y de unirnos a El, no se realiza la “Comunión”.
Recibimos a Cristo con nuestra boca. Pero eso no basta, pues tenemos que unirnos a El en el pensamiento, en el sentir, en la voluntad; con nuestro cuerpo, con nuestra alma (entendimiento y voluntad) y con nuestro corazón.
Siendo así, nuestra vida humana podrá entonces unirse a su Vida Divina. De esta manera, El será Quien nos guíe. Si no nos unimos a El, para que El sea el Guía, nos estamos guiando nosotros mismos. Y no pareciera que pudiéramos ser buenos guías en esta travesía que nos lleva a la Vida Eterna.
Hay condiciones preparatorias a la recepción de la Eucaristía que conocemos por exigencia de la Iglesia: no estar en pecado mortal, guardar el ayuno requerido, estar debidamente vestido, etc.
Pero hay otras condiciones interiores, profundas, que están sobreentendidas y que a veces no tomamos en cuenta:
•Fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía
•Confianza plena en Dios
La confianza es consecuencia de la Fe. Fe y confianza en Dios son como dos caras de una misma moneda: no hay fe sin confianza y no hay confianza sin fe.
•Abandono y entrega total a Dios
Al tener plena confianza en Cristo, podemos entregarnos a El sin reservas, totalmente, a todo lo que El tenga dispuesto.
Todas estas disposiciones de parte nuestra permiten que haya “común-unión” o Comunión: unión de Cristo con nosotros, unión de nosotros con Cristo. Y, algo muy necesario sobre todo en esta etapa de la historia que nos toca vivir: unión entre nosotros, pero que sea una unión en Cristo, que es lo mismo que decir que es Cristo el que nos une.