Ser radical es ir a la raíz de los problemas. Sin descuidar las consecuencias hay que ir a las causas. Se necesita de conocimiento, convicción y coraje para emprender las tareas que reclama la necesidad de un cambio radical y urgente. Partimos de un principio respaldado por la historia universal. Los países, como sus habitantes, nunca tocan fondo. Siempre pueden estar un poco peor. Se toca fondo cuando las cosas que se hacen mal empiezan a hacerse correctamente. Entonces el cambio se va haciendo realidad progresivamente.
En Venezuela no hay solución posible mientras el actual régimen se mantenga. Probadamente incompetente, corrompido y corruptor desconoce todo el ordenamiento jurídico y con ello, condena a la nación a una desesperante indefensión frente a los grandes males que la azotan. Hoy no sólo está reducido el espacio para el ejercicio de la libertad. Está en peligro la existencia misma de las personas naturales y jurídicas. A nuestros compatriotas les diremos, una vez más, que si quieren conservar lo mucho o poco que tienen, la vida, la libertad, el derecho a trabajar en paz, la seguridad de la familia, tienen que despertar y rebelarse definitivamente. Sé que la indignación supera al miedo, al justificado temor frente a la represión de la dictadura, pero hay que superar la comodidad y molicie de muchos que estarían obligados a encabezar la rebelión democrática. Muchos vacilantes recelosos esperan de los otros, confiando en que otros resuelvan. Olvidan que esta tarea es de todos los que estamos en la misma escala de valores y principios en que fuimos formados.
Los escándalos recientes relacionados al narcotráfico nacional e internacional, a la corrupción enorme detectada en la FIFA y afiliados en varios continentes, ofrecen justificación más que suficiente para actuar. Se suman al drama de la inseguridad, alto costo de la vida, escasez y deterioro de la planta física de un país en ruinas. Estoy convencido. Es la hora. Para liquidar este régimen no es necesaria mucha gente, ni excesos de valor. Pero la acción debe encabezarla gente digna y justa que, por el solo hecho de estar, le de trascendencia irreversible a la acción.
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