Soy optimista, lo reitero, soy optimista. El régimen hace aguas. Es insostenible la situación que vive Venezuela, necesariamente tiene que abrirse paso a un cambio de gobierno. Voces que hasta ayer acompañaron a Chávez y luego a Maduro, admiten que esto no puede continuar. Han destruido material y moralmente a Venezuela. Era verdad lo que decía Chávez, “acá no quedará piedra sobre piedra” y, ciertamente, no han dejado piedra sobre piedra.
Pero así como observo esa destrucción, observo también un conglomerado juvenil, fresco, estudioso que quiere arrimar el hombre a la construcción de Venezuela. No es retórica, es la verdad, nuestros jóvenes desean construirse un país de oportunidades, libre, abierto a todas las corrientes del pensamiento, democrático, con instituciones fuertes y confiables, sin concentración de poder en uno solo, un país donde se progrese personal y colectivamente, una cosa no está reñida con la otra.
Venezuela debe volver a estar en la vanguardia de los países latinoamericanos. Acá deben respetarse de nuevo los Derechos Humanos, así, con mayúsculas, porque son los derechos más relevantes.
Una verdadera revolución comienza por la preparación de su recurso humano. En primer lugar, para el respeto del derecho de todos a disentir, nunca una revolución será tal, si se quiere imponer un pensamiento único y excluyente como ha ocurrido en estos 16 años. Soy optimista porque en el venezolano subyace un fuerte sentimiento libertario, democrático y de respeto al derecho de los demás. Mi generación creció y aprendió a resolver sus diferencias, a través del voto, nunca a través de la violencia, el insulto y la descalificación, por eso hemos sentido tanta repugnancia por lo vivido estos años.
Nuestros muchachos están dispuestos a asumir el complejo reto de reconstruir a Venezuela apenas pase esta tragedia. Diría más, están ansiosos de empezar y están hartos de tanta ignominia, tanta injusticia, tanta mentira reinando en nuestras instituciones. Deplorable, por ejemplo, ver a un TSJ defender en forma a priori, a un ciudadano que, con razón o sin ella, no lo sé, está siendo acusado en USA, por organismos altamente calificadosde delitos muy graves. Todo ciudadano tiene derecho a la defensa, pero ese derecho debe ejercerlo ante quien lo acusa, confrontar las pruebas que el acusador presente y confrontarlas con las que el acusado produzca. El TSJ podría eventualmente conocer del juicio contra ese ciudadano, por tanto no debe emitir opinión, esa no es su función. Los magistrados que suscribieron la declaración a favor del acusado, deberán inhibirse si el juicio llegara hasta ellos. Y si a eso se le agrega el caso de una magistrada acompañando a un acusado de narcotráfico, estamos en presencia del testimonio más deplorable que pueda darse desde una institución tan alta. Esto es lo que debe acabarse y hay en Venezuela suficientes reservas morales para devolverle el rostro digno e impoluto que siempre debió tener. Soy optimista.