El caso venezolano no tiene precedentes en la historia contemporánea. Quizás tampoco desde la fundación de la República. No me refiero a la exagerada concentración de poder en la cabeza del ejecutivo, característica de todas las dictaduras, por las buenas o por las malas. También en algunas etapas democráticas debido a la exagerada personalidad, peso propio, del primer magistrado en contraposición con sus colaboradores u opositores de cualquier rango.
Aquí tenemos una peligrosa dualidad. Por un lado el señor Nicolás Maduro al frente del Poder Ejecutivo y por el otro, al recientemente ascendido a capitán Diosdado Cabello, cabeza del legislativo. Hay especulaciones sobre supuestos o reales enfrentamientos entre ambos, de acuerdos abiertos y encubiertos para repartir las cuotas de poder y mantener cierto equilibrio entre sus fuerzas. Sin embargo, el balance es abiertamente negativo para los dos. Ninguno sirve para algo útil y en manos de ambos el país se desmorona institucional y éticamente. ¿De cual de los dos es la mayor responsabilidad? ¿Quién tiene más poder? Las fuerzas armadas ¿que papel juegan en esta disputa? Estamos llegando al llegadero. No hay secretos eternos y las cosas salen progresivamente a la luz pública. Las cabezas del régimen lucen empantanadas en un fango que arropa a ambos titulares. El resto de los poderes públicos lucen como simples peones de quinta categoría, ejecutores ciegos de los disparates de quienes han aceptado como superiores.
Nunca como ahora quienes han ejercido la Presidencia de la República o de la Asamblea Nacional, habían estado tan alejados de sus deberes y obligaciones constitucionales, trabajando al margen y en contra de un ordenamiento jurídico que desaparece en medio de la arbitrariedad y el caos reinante.
La verdad es que siento mucho desprecio por estos tiempos y una gran tristeza por mi país. Decepciona el rostro baboso de la mediocridad de muchos compatriotas de este tiempo. Confieso que en esta hora me siento muy solo y la soledad genera un frío intenso. Pero también ofrece espacio para la reflexión y para alimentar la fe inquebrantable en un futuro mejor. Está por empezar. Este pueblo pacífico y cívico, empieza a ejercer su derecho a la legítima defensa. Nadie puede censurarlo.