Con una población cercana a los 2 millones de habitantes y una superficie de 276 kilómetros cuadrados, Barquisimeto es la cuarta ciudad más grande de Venezuela, pero pese a ser de la más prominentes sus habitantes sufren la falta de calidad en los servicios públicos, mientras decenas de proyectos que pudieran cambiar el rostro y la dinámica urbana reposan olvidados en gavetas de los entes gubernamentales.
Uno de los mayores problemas en Lara y su capital es el déficit de agua. Al menos 500 mil personas deben recibir agua por cisternas y a más del millón de personas solo les llega el líquido tres veces por semana. Las zonas más afectadas son El Cují- Tamaca y Juan de Villegas que concentran más de 600 mil habitantes.
El ingeniero Luis Fernando Arocha, quien fue presidente de Hidrolara sostiene que uno de los proyectos que sigue engavetado desde 1982 es el de la construcción del embalse Dos Bocas, que generaría 18 mil litros por segundo de agua (lps), que según él es suficiente para surtir a una población de 5 millones de habitantes por 50 años. “Este proyecto y el Sistema Yacambú no se han concretado por la falta de interés de muchos actores de la sociedad larense, da la impresión que hay gente a la que no le conviene que se termine Yacambú, por ejemplo”.
Arocha refiere que si el proyecto embalse Dos Bocas se hubiese desarrollado en 1982 habría costado 78 millones 641 mil 379 dólares.
El ingeniero asegura que por el encarecimiento de los materiales y mano de obra actualmente el monto de la obra es de 786 millones 641 mil 379 dólares. “Es una cifra alta, pero es viable económicamente porque a pesar de la crisis, Venezuela, sigue teniendo una entrada de dólares considerable producto de la renta petrolera”.
Para decir que es factible, Arocha se basa en que actualmente Venezuela, según el presidente de Pdvsa Eulogio del Pino, produce diariamente 2 millones 500 mil barriles de petróleo, si esa cantidad se multiplica por 57 dólares que es el valor al que se cotiza el barril de petróleo venezolano actualmente, según la página del Ministerio de Petróleo y Minería, tenemos que al país le entran 142 millones 500 mil dólares diarios. Si esa cifra se multiplica por seis días sería igual 855 millones de dólares, 68 millones más que el monto total de la obra.
“Con seis días de renta petrolera se desarrolla esta obra que garantizaría el abastecimiento nacional y capacidad exportadora de rubros como papa, pimentón, cebolla, caña de azúcar y otras hortalizas. Sería algo similar a dejar de enviarle a Cuba, unos 150 mil barriles diarios, solo por 15 días y 8 horas, y creo que hasta los mismos cubanos que son personas sumamente nobles estarían de acuerdo con esa medida, por el bien de los venezolanos. El problema es que falta voluntad política”, sentencia Arocha.
El drama en las barriadas
Mientras el ingeniero Arocha expone que de haberse terminado el Sistema Yacambú y el embalse Dos Bocas proyectado desde 1982, Lara tendría agua para autoabastecerse y surtir poblaciones de Yaracuy y Portuguesa, la vida de Ana Paola Rodríguez transcurre entre pipas y tobos de agua. Es ama de casa y vive en Retén Arriba junto a su esposo, un humilde vigilante que trabaja en la zona industrial III, y sus hijos de 7 y 9 años. Hasta hace tres meses el agua que les llegaba era en cisterna de la Alcaldía de Iribarren. Les suministraban tres pipas gratuitas que les duraban 15 días. Rodríguez consideraba que debía hacer milagros para rendirla, pensaba que aquella situación pronto mejoraría con la culminación de la Matriz Norte, pero los beneficios de esa obra nunca les llegó. Lejos de mejorar la situación empeoró, pues desde marzo los “cisterneros” dejaron de suministrar el agua gratis y comenzaron a venderles cada pipa en 130 bolívares. “Ahora nos cobran el agua, pero lo peor es que es tan salada como agua de mar. Lo que tengo entendido es que los cisterneros toman un número en el llenadero San Juan, para surtir a los sectores de esta zona, pero las venden en otras barriadas y luego van a Lícua, Duaca, y se surten de esta agua no potable y nos las venden”.
Juan Soto comenta que le ha preguntado a los camioneros por qué el agua es tan salada, pero la respuesta ha sido desoladora. “Esto es lo que hay, si quieres la compras sino, igual se la lleva cualquier otro”.
“No tenemos otra opción debemos aceptar el agua, porque al menos nos sirve para bañarnos, lavar los trastes y la ropa”.
Racionamiento
José Guanipa dice que para rendir el agua él, su esposa y sus tres hijos se bañan con potes de margarina de un kilo. “Me mojo por parte con un taza, luego me enjabono y me pongo en el cabello champú. Luego muy despacio derramo otro pote sobre mi cabeza para que vaya saliendo el jabón”.
Guanipa dice que algunas zonas del cuerpo quedan con jabón, pero nada que su vieja toalla no pueda eliminar. “Dos potes de agua son muy poco para bañarse”.
Su esposa Jenifer lava ropa cada tres semanas, para meter a la lavadora la mayor cantidad con menos aguas. Cuenta que el jabón sale fácilmente debido a la “alta salinidad del agua” y gracias a los productos de libre de enjuague.
Desagua el jabón de la ropa desde su lavadora a un tobo, para crear una reserva de agua que les sirve para bajar la poceta, considera buena cualquier estrategia para rendir el líquido.
La frecuencia con la que se baja el inodoro también ha bajado. “Para racionar hemos optado por acumular varios orines hasta que el olor es inten- so, se siente como agrio y el líquido se vuelve espeso; entonces se baja”.
Ha probado el agua que les venden, pero no se ha atrevido a tragarla ni a darle a sus hijos, dice que es “salmuera”. Le indigna que a ellos les vendan un agua no apta para el consumo mientras en otros lados la derraman en el suelo. “He visto como en zonas del este de la ciudad desde camiones cisternas riegan las matas con agua dulce, mientras nosotros no tenemos para tomar, lo que pasa es que vivimos muy lejos de Los Leones. Yo regué las matas con el agua que compramos y al sexto día las hojas se quemaron y murieron”.
Jeni como le gusta llamarla a José tiene 42 años, nació en el 1973, el mismo en que se empezó a construir Yacambú, pero hasta ahora no ha reci- bido la primera gota de agua de la obra.
Agrega que sus hijos en la escuela pierden cada mes entre 6 y 10 día de clases por la falta de agua. “Suspenden las clases por falta de agua. Hemos tenido que comprar botellones, dos nos duran 15 días. Yo les pongo a los muchachos en la lonchera una botellita porque ellos no tienen como hidratarse en la escuela. Su pelo se ve duro, ella se lo suelta y pide que se lo toquen para que comprueben la dureza. “Lo que pasa es que con esa agua el pelo le queda a uno como si se hubiese aplicado gelatina extrema. Tú puedes vivir sin luz, pero el agua es vital para todo y nosotros no la tenemos. Tienen mejor suerte las matas sembradas en el Este, ojala esto cambie algún día” comenta la mujer con una expresión de amarga resignación mientras camina con el menor de sus tres hijos (2 años) terciado en los brazos para negociar una pipa con el conductor del camión. Para ella todo sigue igual que hace 42 años.