Pocos meses atrás, un título como este hubiera sido impensable. La isla caribeña se ha mantenido durante décadas bajo un régimen que la ha empobrecido y dejado sin libertades. Por ello, el gobierno estadounidense ha mantenido por muchos años el controversial embargo que buscaba presionar un cambio de gobierno en la mayor de las Antillas.
Sin embargo, en una audaz jugada que lo catapulta a la historia, el presidente estadounidense Barack Obama, anuncia la reanudación de las relaciones diplomáticas con La Habana, en una jugada inesperada que paró la prensa del mundo entero.
El mundo presencia el complejo y apasionante desmontaje del último bastión de la guerra fría. Ya parten vuelos desde EEUU hacia la isla, las tarjetas de crédito norteamericanas se pueden pasar por puntos de venta habaneros y así, tímidamente, el pueblo se comienza a asomar al siglo XXI, a la libertad y a sus propios derechos.
Los medios de comunicación dan cuenta de las numerosas empresas estadounidenses y europeas que hacen fila ansiosamente, esperando el pistoletazo de partida para entrar a jugar en la muy atractiva economía cubana, que fuera reconocida en su momento por el turismo, el tabaco y el azúcar, industrias que sin duda se pueden reconstruir tras décadas perdidas en el marasmo.
Desde antes del “obamazo” que dejó boquiabierto al mundo, la estricta economía marxista de pronto dio atisbos de mostrar rendijas a quienes tienen espíritu emprendedor. Los llamados “cuentapropistas” podían tener pequeños negocios y aprender principios de economía con su ejercicio laboral.
Todo esto es la concreción de una serie de reformas enunciadas en los Lineamientos de la Política Social y Económica aprobados por el Partido Comunista de Cuba en abril de 2011, y desarrolladas en los dos años siguientes por la administración de Raúl Castro.
Entre ellas se cuentan la flexibilización de la política migratoria -cambios que están vigentes desde enero de 2013- que permite a los cubanos viajar al extranjero con solo su pasaporte; la eliminación gradual de la libreta de racionamiento y de la dualidad monetaria entre el peso cubano y el peso convertible, equivalente al dólar.
A finales de 2013, el Gobierno ofreció las primeras cifras que han resultado de estas políticas. Así, por ejemplo, las autoridades migratorias de la isla informaron que, para ese año, 250 mil personas habían viajado fuera de Cuba, especialmente hacia Estados Unidos, México y España, y la mayoría de ellos había regresado, sin que se produjera la masiva fuga de cerebros que se temía. Mientras tanto, los trabajadores por cuenta propia ya sumaban casi 450 mil, desde que comenzaron a operar las primeras iniciativas privadas en 2010. La meta del Gobierno, que esperaba eliminar un millón y medio de empleos públicos con la idea de traspasar esta fuerza de trabajo al sector privado, aún está lejos de cumplirse.
Por ello nos atrevemos a decir que Cuba es el camino. Un camino que será largo y complejo, que apenas comienza, pero que va en la dirección correcta. Un camino que no está exento de imperfecciones –ninguno lo está- pero que –y esto es lo importante- ya se comenzó a transitar. Y bajo esta nueva etapa de la historia, la isla antillana sí puede ser un ejemplo para Venezuela, ese es el camino a transitar: la apertura.