La sicología enseña que el paso fundamental para sobreponer todo trauma o condición anímica es reconocer su verdadera naturaleza.
Llevando ese concepto a la política se hace presente la frase de André Malraux que «los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen»: Es frecuente que una masa se identifique con un candidato o candidata populista que siente que la encarna en lo fundamental de su ser.
Por eso es políticamente peligroso subestimar a un candidato o candidata disparatado por ordinario, ignorante o antiestético ante un vulgo que en alto medida comparte idénticas características.
Cuando tales especímenes resultan políticamente exitosos es luego fácil – casi irresistible – descalificar a la turba que elige a la opción despreciable y tirar la toalla con toda una nación. Pero para salir de tal marasmo hay que ir un poco más allá, sin desesperarse, y buscar elementos positivos en la misma sociedad en que se presenta el fenómeno.
En democracia es elemental comprender a las grandes mayorías que deciden resultados electorales. En Estados Unidos analistas objetivos se mantienen pendientes de los grandes cambios demográficos que han generado candidatos otrora inverosímiles, como el señor Obama.
Esos mismos cambios se dan en otros países – a veces con aún mayor fuerza. La degradación social que hoy sufre Venezuela no es resultado exclusivo de malos ejemplos y prédicas que se irradian desde el poder.
Es cierto que sucesivos gobiernos populistas han alimentado la dependencia de grandes sectores, que – cual adictos a una droga – esperan que el Estado les proporcione casi todas sus necesidades, sin aportar esfuerzo alguno de su parte.
Pero el fenómeno se potencia con los profundos cambios demográficos que resultan de generación tras generación de jóvenes apenas núbiles que engendran sucesivas oleadas de crías en estado de abandono y sin ejemplo constructivo alguno.
Frente a esas realidades conviene dejar de lado la obsesión culposa en torno a una chusma – que en todas partes existe – anclada a un rancho en el cerebro. El hecho que se haya vuelto vociferante, jactanciosa y amenazante no significa que sea mayoría.
Gracias a su extraordinaria evolución en la segunda mitad del siglo 20 Venezuela cuenta con una amplia clase media – entendida como estado anímico y cultural, y no simple estadística de poder adquisitivo. Esa gran mayoría aspiracional es permanentemente abierta a lo innovador y moderno, al mundo externo, y a la superación individual.
Con esa mayoría a Venezuela le sobra para crear el futuro que su gente decente merece.