Madre esperanza

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Mañana se celebra, como es la tradición entre nosotros, el Día de la Madre. No puedo evitar recordar los apremios de nuestro cariño en los preparativos para agasajar a mamá, dependíamos enteramente de lo que pudiéramos hacer mi hermana y yo. También de los actos que se organizaban en el colegio. Y, claro, todos sabemos lo que se dice del cariz comercial que la fecha ha tomado, como tantas cosas entre nosotros. Pero, visto en perspectiva, todo eso es mucho menos significativo que los motivos para honrar a las madres y dedicarles un día del año aunque, como se sabe aunque no necesariamente se practica, ellas están allí todos los días.

En la misa dominical de la semana pasada, quinto domingo de Pascua, la segunda lectura era de Juan: “No amemos solamente de palabra; amemos de verdad y con las obras…” Es de hace siete días, no de mañana, pero aplica perfectamente, porque tal es el amor de las madres, un amor cuya verdad se revela en sus obras.

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Mañana, tengamos presente a nuestra madre. Puede, como la mía, ya no estar entre nosotros aunque esté en nosotros. Y a todas las madres.

Tengamos presentes a las madres que en la pobreza nunca se rinden. Dan el frente en la casa, en el barrio, en el consejo comunal y predominan en el activismo político a nivel popular.
Tengamos presentes a las madres que hacen cola para comprar alimentos, de mercado en mercado, porque no se imaginan resignarse a dar un “no hay” por respuesta a los hijos. A las madres que velan la enfermedad del hijo a orilla de su cama y que se angustian de no encontrar el medicamento que le han recetado.

Son madres, en su mayoría, las que congestionan las esperas de los hospitales y las que aguardan ansiosas las noticias en las emergencias. Y a las que se les sale el corazón cuando tocan la puerta si el hijo no ha vuelto a casa y siente como propio cada frenazo, cada grito, o cada eco lejano de lo que parece un disparo o tememos que lo sea. Porque están tan peligrosas las calles.

Tengamos presentes a las madres de los presos, de los perseguidos, de los exiliados. También a las madres de los hijos lejanos, llevados a otras tierras en busca de las oportunidades que aquí ven cerradas. Mujeres acosadas por la injusticia, por la intolerancia, por la exclusión. Ellas quieren como nadie una Venezuela de todos, sin divisiones, sin discriminaciones.

Tenerlas presentes a todas y trabajar por construir ese país que ellas desean fervorosamente, sería nuestro mejor regalo del Día de la Madre. La más fecunda de todas las madres es la madre esperanza. No lo olvidemos.

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