Panamá es un país con una situación geográfica privilegiada, de enlace. Norte y Sur América son como dos continentes que se unen en Centro América. Recuerdan plásticamente el gran fresco de Miguel Ángel en el techo de la Capilla Sixtina: La Creación del Hombre. Donde el dedo de Dios apenas si se separa del de Adán, está Panamá, que no sólo enlaza las dos masas continentales sino también, con su canal, dos océanos. En este país, justamente por la construcción del canal, Norteamérica puso pie firme sin que dejara de existir por eso la identidad hispanoamericana de sus habitantes. Hubo injusticias y abusos de los extranjeros, sobre todo en cuanto discriminación racial, pero Panamá no dejó de existir como nación independiente con sus raíces, su bandera, su idiosincrasia, sus costumbres.
El panameño es un pueblo alegre, amante de las tradiciones y el folclor. Conocido en el mundo es el famoso traje típico femenino, la pollera, de amplia falda e igual amplitud en el faralao de la blusa. Sobre la tela unicolor –generalmente blanca- se multiplica el colorido de los finos bordados. Se complementa el atuendo con artísticos tocados y adornos.
Este traje se confecciona, sobre todo, en un pueblo que se llama San José de Las Tablas, de curiosa historia. Era un poblado indígena en época de la conquista y sus habitantes, antes de que cayera en manos de los españoles, lo quemaron. Desde entonces se llamó El Quemao, hasta 1927 cuando decidieron ponerlo bajo el patrocinio del Patriarca.
Panamá ha dado al mundo artistas y cantantes, como Rubén Blades. Deportistas como el gran y ya legendario pitcher cerrador de los Yanquis, Mariano Rivera, tan efectivo, que lo apodaron “Apaga y vámonos” porque con sus certeros lanzamientos seguro que los del Bronx ganaban el partido. Pero lo que yo nunca he sabido es que Panamá diera la cómica. Vino a darla un visitante.
Obsesionado con un imaginario asesinato -que él llama y que magnicidio- y para darse bombo, llegó con dobles a la cita, tan malos, que a la legua se veía la falsedad. Así inauguró su ridículo sainete, que lo fue de principio a fin: por lo que dijo y como lo dijo, por el viaje inútil de las cajas, por los cacerolazos que le dieron, por la persecución del negro por los pasillos, por los escasos minutos que le concedió, por el rotundo fracaso de su empeño en que anularan la grave acusación de bandidos de sus secuaces, por el abandono de sus antiguos aliados. ¡Cómo se ve que la chequera del petróleo se agotó! Regresó completamente derrotado, con desplantes cursis para ocultarlo y sin ánimo de hablar con pajaritos. Éstos emprendieron vuelo. Ni el de la isla lo quiso recibir y se lo endilgó al hermano decrépito que, como encantador de serpientes, lo debe haber embobado más aún con su labia interminable.
Fue por lana y salió trasquilado. Eso sí, inauguró un nuevo espectáculo cuyo mérito le corresponde absolutamente: la cómica panameña.