Todo pueblo sometido a un cruel genocidio desea que se haga justicia con los principales culpables de su desgracia, y el acercamiento entre el señor Obama y la sanguinaria dictadura de los Castro deja un mal sabor – por decir lo menos – en miles de víctimas del lúgubre régimen que lo ven como un triunfo de la impunidad. Pero no deben sentirse derrotados.
El móvil básico de los Castro y su jauría fue ese odio, envidia y resentimiento que emana de profundos complejos de inferioridad y alimenta las guerras de clases y de razas. Su «revolución» jamás fue otra cosa que el deseo de demoler todo lo bueno, bonito y exitoso que desarrolló la sociedad cubana hasta 1959. Su objetivo era castigar el triunfo ajeno y en eso fracasaron rotundamente.
Hace medio siglo Cuba se practicó una lobotomía social e intelectual con la salida del 20% más calificado de su población. Allá quedó una minúscula, corrupta y paranoide nueva «clase» aislada en un mar de lumpen abyecto, indolente y conformista, esclavos del dictador absoluto.
Raúl Castro recientemente afirmó en Panamá que el 77% de la población actual de Cuba nació durante el reinado de su clan. Quedan muchos que hace medio siglo iban a las plazas para aullar con saña la palabra «paredón», y su rabia de entonces recayó cual maldición sobre ellos mismos y sus descendientes.
En contraste, el 20% de población que un día pretendieron aniquilar ha tenido un éxito asombroso. Prácticamente todos los escapados de la isla cárcel han surgido – en un sentido u otro – por méritos propios luego de ser despojados de todo lo material.
El exilio cubano hoy generalmente está en los estratos superiores de las sociedades en que vive, casi siempre con más de lo que perdieron en Cuba, y años luz por encima de la miseria de quienes allá quedaron.
Se les despojó de sus bienes, pero jamás se les pudo quitar la dignidad, cultura, educación, inteligencia y sobre todo el afán de superación. Mientras las presuntas víctimas van de éxito en éxito, los supuestos vencedores fueron de fracaso en fracaso.
Quizás los Castro escapen la justicia humana, pero morirán sabiendo que fracasaron en el principal de sus empeños: Los derrotados son ellos, con su estéril «revolución» en aquel gran gueto que flota en el Mar Caribe, ahora buscando el salvavidas del «imperio».
El verdadero desquite de quienes un día fueron vejados como «gusanos» está en los incontables triunfos de esos cientos de miles de mariposas que hoy vuelan libres por todo el mundo – con hijos y nietos – conservando en sus mentes a ese otro país que fue la Cuba bonita.