En 2003 comienza una nueva orientación tanto para las finanzas venezolanas como para la política económica en general (control de precios, control de cambio, distribución popular de la renta petrolera, misiones sociales, convenios de cooperación energética con países amigos, etc.) La decisión de cambiar el rumbo encuentra asidero y empuje en los pronósticos optimistas que se tejieron en torno a la evolución futura de los precios del petróleo y el convencimiento de que la era de precios bajos tocaba su fin.
Durante los 25 años previos, el precio del petróleo mostró una tendencia declinante con altibajos, cortos tramos de recuperación seguidos de desplomes profundos, hasta llegar al mínimo de 8,43 dólares por barril en enero de 1999, con lamentables consecuencias.
Aunque en 2002 hubo un hundimiento de precios, a futuro, se tendrían precios en alza continuada.
Sobre tal presunción las autoridades edificarán la política económica. Altos precios, a más de resolver miles de problemas, permitirían explotar costosos crudos pesados de la Faja Petrolífera del Orinoco (FPO), el mayor yacimiento de combustible fósil conocido, que de otro modo quedarían atrapados en el subsuelo. Más temprano que tarde, Venezuela, inevitablemente, designio de la Divina Providencia o azar geológico, habría de convertirse en potencia energética mundial. En esas circunstancias se incuban los nuevos arreglos sociopolíticos y económicos.
La conjetura asumida, tendencia ascendente de los precios a largo plazo, no es una elaboración caprichosa, pregonada por la élite dirigente para captar votos. Se apoya en la Teoría del Pico de Hubbert, o Peak Oil, llamada así en honor al geólogo que la propuso, y que se acomoda bastante bien a la ideología anti-imperialista convertida luego en doctrina oficial. Esta hipótesis parte de dos afirmaciones: 1) la cantidad de petróleo existente en la tierra, cualquiera que sea, es una magnitud finita; 2) llegará un punto en el tiempo, el Pico de Hubbert, en el cual la humanidad habrá consumido la mitad del recurso, queda la mitad en el “tanque”. Las consecuencias de esta especie de profecía apocalíptica son obvias. Se inicia un período de escasez y lanza a vuelo la pregunta de mayor jerarquía: ¿Cuánto tiempo durarán las reservas, cuándo se extinguen totalmente?
La academia aceptó el paradigma del agotamiento y los países productores lo recibieron con regocijo. Siguiendo los postulados de la teoría económica predijo que, por escasez del bien, los precios subirían sin límite. Inicialmente los estudios estimaron su ocurrencia en 1998 ± 8 años. En revisión posterior se ubicó en el 2006 ± 6 años con auxilio de geólogos y matemáticos. Indagaciones especializadas, entre ellas una ordenada por el Congreso de los Estados Unidos, lanzaron un alerta apocalíptico: de mantenerse la tasa de extracción de crudo, en ausencia de fuentes suplidoras de energía, quedarían reservas para 40,5 años en el planeta. Cifras de British Petroleum (2002), compartidas por OPEP (2006), corregidas en 2012 y difundidas por internet pretendieron ser más precisas. Contando a partir del año 2006, con en base al indicador Reservas/Producción, la duración, medida en años, de las reservas para algunos países sería: USA 13,5, Europa 7,3, Medio Oriente 86,6 y Venezuela 77 (sin incluir la Faja del Orinoco).
Bajo esta presunción se elaboró el discurso “Venezuela, Potencia Económica Mundial, reforzada luego con la certificación de organismos internacionales: “la Faja del Orinoco contiene petróleo para más de tres siglos”. El precio, según estimación de expertos, aumentaría 15% cada año, de modo que en 2025 alcanzaría los 315$ el barril. Y. según el Plan Siembra Petrolera, la producción iría en ascenso hasta duplicarse en 2012, para 2019 se estarían produciendo 12 millones de barriles diarios. La avalancha de dólares sería monumental, inimaginable.
A la luz de los resultados observados, si se atiende al crecimiento del precio, 43% anual en promedio para el lapso 1999-2012 y se contrasta con el pronóstico, puede decirse que la hipótesis de Hubbertencuentra confirmación. Sin embargo, el descenso suave de precios en 2013 y el desplome brutal deprecios desde el segundo semestre de 2014, acompañado de caídas en la producción, llevaron a cuestionar duramente la tesis del agotamiento.
La evidencia es firme. Se han encontrado nuevos yacimientos y proliferan nuevas tecnologías que invalidad la teoría. Tal es el caso del gas recuperable en rocas de esquisto o “shale gas”, desarrollado desde 2008 en EEUU. Con la gran novedad que el gas de esquisto abunda en territorios antes considerados pobres en hidrocarburos o dependientes de importaciones: China, Estados Unidos y Argentina encabezan la tabla, pero otras grandes reservas están en Sudáfrica, Australia, Polonia, Francia, Chile, Paraguay, Suecia, Pakistán o India. Quizá la nueva producción supere varias veces en cantidad las reservas probadas de gas convencional en el planeta. Sin contar el despliegue de grandes inversiones en el desarrollo de energías limpias, no contaminantes, que expandirán la oferta de energía.