(A Carlos Zapata Escalona)
Allá, en aquella pubertad de diarias perplejidades, estando frente a él pude detallar su presencia y busqué entender la razón del tono cariñosamente respetuoso que aparecía en la voz de mi madre cuando pronunciaba su nombre. El tiempo acumulado no ha logrado borrar el escenario; veo hacia atrás y solo logro sonreírme ante la ingenuidad pueblerina del imberbe que por juzgar a los seres con estrechez perceptiva, no lograba discernir la verdad humana de aquel rostro afable en rasgos pero impenetrable en expresiones. Solo mucho tiempo después, cuando la vida me dio el privilegio de tratarlo con frecuencia, logré comprender que esa cobertura de adustez era solo la exterioridad de su genuina simiente. Ya no era solo oír las opiniones y criterios provenientes de esa bien ganada fama profesional que desde muy joven lo caracterizó, sino estar cerca de él en la impredecible esfera del quehacer político. Pero aún así, algo seguía siendo disonante para mí: reía sin carcajear y solo una sonrisa suave y plácida se esbozaba como expresión de sus satisfacciones.
Debe haber sido esa la expresión que apareció en su rostro cuando en julio de 1950 le fue entregado el título de Médico Cirujano. Quizás esa gestualidad de alegría llegó a ser mas pronunciada cuando en razón a su notoriedad como médico ingresó en 1953 a aquel centro de excelencia que desde entonces era la Policlínica Barquisimeto. Pero jamás debemos dudar que ancha y constante la mantuvo en el rostro cuando regresó a Caracas en 1954 para unir su destino vital a aquella bellísima hija de inmigrantes italianos que le había quitado el sueño desde sus días de estudiante. Seguro que la alegría inmensa de la paternidad hizo aparecer su dibujo peculiar de júbilo cuando una preciosa niña inició la secuencia de los numerosos vástagos, esa pléyade hermosa que es su mas grande orgullo existencial. Probablemente los ojos brillaron y hasta alguna interjección completó un abrazo cuando se confirmó el triunfo de aquel perseverante compañero de militancia llamado Rafael Caldera; y ya ese plano, con toda certeza podemos asumir que su singular sonrisa se hizo plena y profunda aquel 3 de diciembre de 1978 cuando el entrañable Luis Antonio fue declarado Presidente Electo.
José María Cabodevila, un teólogo español, produjo un interesante texto llamado “La jirafa tiene ideas muy elevadas”. De allí extraigo un trozo que en inmejorables palabras nos muestra el sentido que he pretendido darle a las líneas precedentes:
Cuando más sabio es alguien tanto más ignorante se considera, ya que a medida que crecen sus conocimientos aumenta también la evidencia de su ignorancia, la magnitud de lo mucho que le resta conocer, la certeza de que es infinitamente más lo que ignora que lo que sabe. Por eso, la modestia de los sabios constituye un fenómeno tan natural, tan inevitable como la humildad de los santos.
Nunca ha requerido alardes propagandísticos para entregar lo mejor de sí a decenas de miles que han confiado en su certeza clínica; jamás buscó luces de neón o gratificaciones de tinta impresa para sentar cátedra de honestidad y eficacia como dirigente político o como edil, o en su magistral rol de profesor universitario o como sobrio y eficiente gobernador; o ya rubricando su fructífero itinerario, cuando se desempeñó como magnífico rector. El núcleo vital de Carlos Zapata Escalona solo se ha movido dentro de una dinámica de excelencia: el talento disciplinado ha engendrado el saber, el conocimiento ha forjado la sabiduría y la sapiencia se ha vivificado a través de la modestia.
Hoy me arrogo la voz y el vibrar de muchísimos. Es un atrevimiento de amor fraterno que reverdezco en el sendero donde escondo mis huellas. Busco los pasos que las marcaron y en la circularidad del devenir, un sedal hecho con tejidos del corazón me ata a la reciedumbre de quien con serenidad camina hacia la meta luminosa de su siglo. En el crepúsculo que enciende la tierra amada está la huella de esa alma formidable. Hacia allá elevo la mirada, alzo la copa y brindo con el vino recio del sentimiento.
@masravchavol