En la bancada de los primeros años escolares, atento el oído a la clase de historia, la dulce y diáfana voz de nuestra maestra Margot nos decía que Venezuela había logrado su independencia política gracias a la tenacidad y heroísmo de uno de sus hijos, el Libertador Simón Bolívar. Agregaba que este gran hombre nació rico, pero a la hora de morir no tenía bienes materiales, incluso vistiendo camisa prestada, hecho que demostraba amor y entrega total por la liberación de la patria.
Dichosas las naciones que en el transcurso de su historia, en buena hora, han contado con hijos héroes hasta el extremo de sacrificio personal a cambio del bienestar de todos sus hermanos coterráneos, no sólo en el ámbito político, sino en la acción económica y social. Son hombres superiores que entendieron que la grandeza del ser humano está en ser útil a sus conciudadanos, sin excepciones, desechando negativas prácticas de cultivar fraccionamiento.
Pero como la vida no es eterna, los hombres de ese brillo pasan y sólo quedan sus luces para iluminar las huellas de la historia, irrepetible porque el tiempo va cambiando y los escenarios se tornan diferentes. De pronto en circunstancias políticas surge alguna innovadora corriente, acaso con buenos propósitos, pero a veces eso queda lejos del resplandor, sin verdadera esencia heroica, sin grandeza.
Es cierto que han existido países con dignos hijos entregados de corazón a genuinas luchas por el bienestar común, pero también es cierta la existencia de pueblos sin la suerte de un cariño verdadero. La vida de estos pueblos en desamor transcurre apenas recibiendo rebuscados piropos, vacías frases, simples amoríos. Y ese ejercicio de enamoramiento sin alma, sin correspondencia al sentimiento, es señal de un destino dificultoso.
Lo más grave del desafecto a los pueblos es cuando sus propios hijos se mueven en espirales personalistas, en subalterna ambición, en contiendas sin objetivos superiores, lo cual a fin de cuentas provoca desunión. Y es preocupante ver un pueblo dividido, envuelto en ondas separatistas, sin fundamento válido que justifique tal fisura. Porque eso es pisar sobre arenas movedizas, de estancamiento, abrir más hondos atolladeros.
Y la señorita Margot, para culminar su clara lección de historia, citaba un trozo de poesía del venezolano Luis Barrios Cruz:
“Esta patria de nosotros / no es una patria cualquiera / es la patria de Bolívar / padre de la Independencia / patria de Sucre y de Vargas / de Ribas y de Urdaneta / del catire José Antonio / el de la lanza perfecta / del girondino Miranda / que nos trajo la bandera / de Eulalia Buroz la rubia / y de la Negra Matea”.