Buena Nueva – ¡TAMAÑA MISERICORDIA!

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La Liturgia de la Palabra de este Domingo 3 de Pascua, continúa en la tónica de la Misericordia Divina, como para prolongar la gran fiesta que celebramos el domingo anterior, llamado Domingo de la Divina Misericordia. En efecto, las lecturas nos hablan de la mayor muestra de su misericordia para con nosotros: el perdón de las faltas que cometemos contra Dios.

El Evangelio nos presenta la primera aparición a los apóstoles y discípulos reunidos en Jerusalén. Jesús les da todas las pruebas para que se convenzan que realmente ha resucitado. Les demuestra que no es un fantasma, que realmente está allí vivo en medio de ellos. Como no les bastaba ver las marcas de los clavos en sus manos y pies, les da una prueba adicional: les pide algo de comer, y come.

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Luego les recuerda cómo El les había anunciado todo lo que iba a suceder y estaba sucediendo ya, y cómo se estaban cumpliendo las Escrituras con su muerte y resurrección. Y ya al final les dice que ellos son testigos de todo lo sucedido y les habla de que “la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados debe predicarse a todas las naciones, comenzando por Jerusalén”.

Y eso hacen los Apóstoles. En la Primera Lectura (Hch. 3, 13-19) tenemos un discurso de Pedro quien, aprovechando la aglomeración de gente que se formó enseguida de la sanación del tullido de nacimiento, hace un recuento de cómo sucedieron las cosas y cómo fue condenado Jesús injustamente: “Israelitas: … Ustedes lo entregaron a Pilato, que ya había decidido ponerlo en libertad. Rechazaron al santo, al justo, y pidieron el indulto de un asesino; han dado muerte al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos.”

Sin embargo, a pesar de la falta tan grave, del “deicidio” que se había cometido, Pedro les habla de la misericordia de Dios en el perdón: “Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes han obrado por ignorancia, al igual que sus jefes … Por lo tanto, arrepiéntanse y conviértanse para que se les perdonen sus pecados”.

En la Segunda Lectura (1 Jn. 2, 1-5) también San Juan nos habla del arrepentimiento y del perdón de los pecados. “Les escribo esto para que no pequen. Pero, si alguien peca, tenemos un intercesor ante el Padre, Jesucristo, el justo. Porque El se ofreció como víctima de expiación por nuestros pecados y no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero”.

Importante hacer notar cuál es la condición para recibir el perdón de los pecados. Esa condición, no se refiere a la gravedad de las faltas, por ejemplo. No se nos habla de que unas faltas se perdonan y otras no, como si algunas faltas fueran tan graves que no merecerían perdón. ¡Si se perdona hasta el “deicidio”! Se nos habla, más bien, de una sola condición: arrepentirse, volverse a Dios. Es lo único que nos exige el Señor.

Por supuesto, el estar arrepentidos tiene como consecuencia lógica el deseo de no volver a ofender a Dios, lo que llamamos “propósito de la enmienda”. Pero, sin embargo, si a pesar de nuestro deseo y decisión de no pecar más, volvemos a caer, el Señor siempre nos perdona: 70 veces 7 (que no significa el total de 490 veces) sino todas las veces que necesitemos ser perdonados.

¿Realmente tenemos conciencia de lo que significa esta disposición continua del Señor a perdonarnos? ¿Nos damos cuenta del gran privilegio que es el sabernos siempre perdonados por El? ¿Medimos, de verdad, cuán grande es la Misericordia de Dios para con nosotros que le fallamos y le faltamos con tanta frecuencia?

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