El primer año de la desaparición física del escritor Gabriel García Márquez no podía pasar desapercibido, y México, la tierra que lo adoptó durante los últimos cincuenta años de su vida, organizó una serie de actividades que inician este domingo 19 de abril, en Ciudad de México, donde se leerán fragmentos de varios libros en la explanada del Palacio de Bellas Artes y el próximo día 26, dos actores leerán «Crónica de una muerte anunciada» en el mismo lugar.
Aunque pasaba temporadas en su Colombia natal, sobre todo en Cartagena de Indias, García Márquez convirtió en su hogar hace más de medio siglo a México, donde escribió «Cien años de soledad». Por eso el país lo sentía suyo, como al más mexicano.
Y por eso muchas de las actividades que se han organizado para conmemorar su aniversario luctuoso están enfocadas al gran público, como la colocación de un «Muro de Gabo» entre Bellas Artes y la Alameda, en donde los ciudadanos podrán escribir en mariposas amarillas cómo este apasionado periodista marcó sus vidas.
Esta actividad es parte del homenaje «Una vida. Un legado. Querido Gabo (1927-2014)» organizado por el Grupo Planeta y que contará con mesas redondas en las que participarán escritores como Élmer Mendoza, Xavier Velasco y Benito Taibo, en varias ciudades de México.
Fotógrafo de ojo morado recuerda a García Márquez
Bogotá, Colombia. 16 de abril.- La primera impresión que se llevó el fotógrafo Rodrigo Moya Moreno cuando conoció a Gabriel García Márquez era que tenía enfrente a un pedante. Eran principios de los años 50 y García Márquez estaba en la casa de la madre de Moya, Alicia Moreno, una colombiana que hacia 1936 había llegado a México desde Medellín cuando su hijo recién había dado sus primeros pasos.
«La impresión que tuve de él es que era un pedante porque se tiró como una madona en un sillón y lo ocupaba casi todo… viendo con un poco de displicencia a esos intelectuales mexicanos y colombianos» que estaban en la residencia de su madre, relató Moya desde Cuernavaca a The Associated Press en una entrevista telefónica a propósito del primer aniversario de la muerte del laureado escritor colombiano. Con el tiempo, Moya y García Márquez construyeron una buena relación en parte gracias a la acogida que la madre del fotógrafo les daba a los intelectuales colombianos que llegaban a México en busca de mejores oportunidades, a quienes invitaba con frecuencia a comidas en su casa.
«No puedo decir como dice mucha gente que fui gran amigo de él, pero me tenía simpatía y yo le tenía simpatía. Comí con él en Cuernavaca varias veces. Estuve en su casa de Pedregal… y bueno había una relación. Yo era un poco reacio a montarme en la fama de la gente para tomar fotos». De hecho, recuerda, las veces que García Márquez lo invitó a su casa nunca llevó su cámara. Solo en dos ocasiones se encontrarían para unas sesiones de fotos que cobraron notoriedad en la historia.
La más famosa se remonta a 1976, cuando el escritor peruano Mario Vargas Llosa le propinó al novelista colombiano un puñetazo que le dejó morado el ojo izquierdo.
Era el 13 de febrero y Moya se encontró con García Márquez y su esposa, Mercedes Barcha, en México.
«¿Qué te pasó, Gabo?», le preguntó Moya.
«Nada, hombre, que me encontré con Vargas Llosa y mira, me dejó una marca», fue la respuesta de un aburrido García Márquez, de acuerdo con la versión del fotógrafo.
Según recuerda Moya, el escritor tenía el ojo muy negro y además la moldura del lente le había quedado incrustada en la nariz. Había pasado un día desde el incidente, ocurrido cuando García Márquez se encontró con Vargas Llosa durante la exhibición de una película sobre los sobrevivientes del accidente de un avión en los Andes en 1972.
Moya volvió a fotografiar a García Márquez en noviembre de 1966.
El escritor recién había terminado de escribir «Cien años de soledad» y necesitaba una buena foto para la primera edición de la que se convirtió en su obra cumbre.
«Llegó con su saco de cuadritos y le hice una buena secuencia fotográfica que todavía tengo» para que una de ellas apareciera en aquella famosa edición de sólo 8.000 libros de Editorial Suramericana.
Al final, en un hecho del que Moya todavía se lamenta, la foto del que en 1982 se haría al Nobel de Literatura no fue publicada en aquella primera edición de «Cien años de soledad» del 30 de mayo de 1967. Varias de esas imágenes, sin embargo, aparecieron años después en periódicos como La Jornada y revistas de Francia e Italia.