Ha resucitado, ¡aleluya, aleluya!

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Jesús sabe que el gran misterio de la Resurrección será manifestado en Él, ya que tiene el dominio sobre la vida y la muerte. En efecto, muestra ese poder devolviendo la vida a diversos difuntos tales como la hija de Jairo (Marcos 5,21), el hijo de la viuda de Naim (Lucas 7,11-17), su amigo Lázaro (Juan 11). Estas resurrecciones anuncian de alguna forma su propia resurrección.

Es más, Él mismo hace predicciones muy claras al respecto, veamos: “Seguidamente comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los pontífices y los escribas, ser muerto y resucitado al tercer día” (Marcos 8,31). “De la misma manera que Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del cetáceo, así estará el Hijo del Hombre, tres días y tres noches en el corazón de la tierra”. “Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré… más Él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos que ya lo había dicho…” (Juan 2,19).

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Pero este anuncio de su resurrección, se hace incomprensible a los mismos apóstoles. “Ellos guardaron el secreto preguntándose entre sí, qué entendería por resucitar de entre los muertos” (Mc 9,10), ese será el pretexto usado por los enemigos del Señor, para ponerle soldados en su sepulcro. En efecto dicen a Pilatos: “Nos hemos acordado que ese seductor dijo cuando vivía, a los tres días resucitaré. Manda pues a custodiar el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan los discípulos, lo roben y digan al pueblo: ha resucitado de entre los muertos, y el último engaño sea peor que el primero” (Mateo 27, 63ss). Los doce apóstoles, pues no habían entendido que el anuncio de la resurrección, se refería en primer plano a Jesús mismo (Juan 20,9). Por eso su muerte y sepultura los había desconcertado, así pues… y les reprendió su incredulidad y dureza de corazón, por que no habían creído a los que le habían visto Resucitado de entre los muertos. (Marcos 16-14).

Para convencerlos se requiere, nada menos que de la propia experiencia pascual. Así las apariciones del Resucitado durante cuarenta días, tienden a reafirmar este hecho, los relatos subrayan el carácter concreto de dichas manifestaciones; el que aparece es con toda certeza Jesús de Nazaret; los Apóstoles no solo lo ven, sino que lo palpan, lo tocan, es lo que expresa la Escritura, cuando dice: “estaban hablando estas cosas, cuando Jesús mismo se presentó en medio de ellos, diciendo: la paz sea con ustedes; aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu, y les dijo: ¿de qué se asustan y por qué se levantan dudas en sus corazones?. Vean mis manos y mis pies, soy yo mismo, tóquenme y vean que un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que tengo yo” (Lucas 24, 36-39).

Los Apóstoles incluso, comen con Él (Lucas 24, 29ss)

No obstante este cuerpo de Jesús resucitado estaba substraído a las condiciones habituales de la vida terrenal. “Estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los Judíos, llegó Jesús y se puso en medio” (Juan 20,19).

Jesucristo repite los textos que anunció durante su vida pública, lo cual permite reconocerlo (Lucas 24, 30ss). Pero ahora se encuentra en estado de gloria, ha resucitado.

El pueblo a su vez no es testigo de estas apariciones, como si lo fue de la Pasión y de la Muerte. Cristo reserva sus apariciones a testigos escogidos, entre ellos a sus Apóstoles. El momento de la Resurrección es tan importante que es imponente, que es imposible describirlo; hasta tal punto que San Mateo, lo evoca a través de un lenguaje muy bíblico, tal como: temblor de tierra, claridad deslumbrante, aparición del “Ángel del Señor” (Mateo 28,2ss).

Desde el día de Pentecostés, se convierte la Resurrección, en el centro de la enseñanza y predicación de los Apóstoles. Esa verdad fundamental, se refiere a que Jesús fue crucificado y murió, pero Resucitó, y así en Él nos llega la salvación.

En este sentido Jesús es el Santo, el Nuevo Adán, es la piedra desechada por los constructores (Hechos 2, 29; Corintios 15,27; Hechos 6,11). Jesucristo glorificado, se presenta como la clave de la Escritura, que desde antes se refería a Él (Lucas 24, 27, 44ss).

En efecto la Resurrección, al ser la glorificación del Hijo por el Padre, pone el sello de Dios, consumado en la cruz. Por esa Resurrección, Jesús es constituido el Señor, cabeza y salvación (Hechos 5,37). Él es Juez y Señor de los vivos y de los muertos (Hechos 10,42); Él es el Señor de la gloria; Él se crea un pueblo Santo, al que arrastra en pos de si (1Pedro 2, 9ss).

La Resurrección objeto primero de nuestra fe, es la base de nuestra esperanza. Jesús Resucitó como “Primicia de los que duermen” (1Corintios 15,20). Esto nos reafirma en la espera de la Resurrección del último día. Él es en persona “La Resurrección y la Vida, quien cree en Él, aunque halla muerto, vivirá” (Juan 11, 25). Aquí se fundamenta nuestra certeza de participar desde ahora, en el misterio de la Vida nueva, hecha presente en los Sacramentos. Así pues tenemos opción a que todos resucitemos.

La esperanza cristiana implica una restauración integral de la persona, supone al mismo tiempo una total transformación del cuerpo, hecho espiritual, incorruptible e inmortal (1Corintios 15,35ss).

La fe nos compromete socialmente, debemos resucitar a una verdadera democracia, a una vida sin corrupción.

Es necesario cumplir con el deber, ser persona honesta, resucitar al bien. Debemos dejar atrás la muerte del pecado y maldad para resucitar a los valores; morir a la miseria y resucitar a una vida de trabajo y progreso; morir a un clientelismo político y resucitar a la atención de la persona y al desarrollo de las grandes mayorías sociales.

La vida de los cristianos, es en cierta forma una resurrección anticipada, es lo que enseña San Pablo, “si somos sepultados con Él, en el bautismo también hemos resucitado con Él, porque hemos creído en la fuerza de Dios, que lo resucitó de entre los muertos” (Colosenses 2,12).

De tal manera que a todos los cristianos nos dice ¡Despierta tú que duermes! “Levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará” (Efesios 5,14).

Insiste San Pablo: “Resucitamos con Cristo; busquen las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha de Dios” (Colosenses 3,1lss).

Unámonos a Jesucristo, Resucitemos con Cristo a una vida de oración sincera. Resucitemos con Cristo a una vida de honradez, veracidad y justicia. Resucitemos a la fraternidad y solidaridad humana. Resucitemos a una Nueva Evangelización.

 

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