Autolavados para el alma

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Estamos en Cuaresma, tiempo en que los cristianos recordamos la Pasión, Muerte y Resurrección del Hijo de Dios. Hace unos meses el Papa Francisco comparaba a la Iglesia con un hospital de campaña. Allí llevan los heridos de la guerra en un último intento por salvarle la vida.

La Iglesia es un instrumento de salvación, para tiempos de paz y para tiempos de guerra. Ya sabemos que la guerra dura siempre porque es contra nosotros mismos que, pensamos que somos el centro del universo y resolvemos todo.

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Decía Paúl Johnson que el hombre es la criatura más inteligente, pero también la más soberbia. Porque, para comenzar, no se considera criatura, sino creador, árbitro del bien y del mal. O sea, juega a ser Dios. Al no tener visión de ser criatura, se cree con derecho de hacer lo que le da la gana sin responder ante nadie. Ciertamente somos libres, pero serlo, no nos autoriza a juzgar nuestros actos. Los debemos someter a otros que Dios ha dejado con ese objetivo: los sacerdotes.

Nuestra conciencia es, digámoslo así, la penúltima instancia de juicio de nuestros actos porque la última es Dios. No pudiendo quedarse con nosotros dejó a sus representantes, para que pudieran orientarnos y perdonarnos si fuera el caso.
Esta época es propicia para hacer una buena confesión. Los sacerdotes están como más a la mano. Los actos que se organizan en las parroquias están dirigidos a mover a los feligreses al arrepentimiento. A la confesión personal, auricular y secreta. Allí nos echan -como a los carros en los auto lavados-: agua, jabón, desinfectante, mata microbios, y si es necesario levantan el carro para verlo por debajo y garantizar una limpieza perfecta.

Sería una lástima que, siendo gratis y dejando tanta alegría en el corazón no la aprovecháramos. Es muy aconsejable habituarnos a seguir recibiendo el auto lavado después, en los días sucesivos. Cuando hacemos un viaje por carretera, se van pegando en el parabrisas insectos, pájaros, polvo, que si dejamos que se acumulen, llegará un momento en que no podamos ver. Por eso se agradecen tanto esos muchachos limpiavidrios que encontramos en los semáforos. Se ganan su platica y nos hacen un favor. Sin embargo, nuestra alma, necesita periódicamente, un lavado a fondo. Carrocería y motor, cambio de aceite y filtro. Y se nota cómo le hace bien al automóvil esa limpieza. Pues al alma igual. Salimos serenitos, después de quitarnos el sucio que se nos ha ido pegando con la vida.

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