“A quien me sirva, mi Padre lo honrará” (Juan 12,26)
El servicio de Dios, debe entenderse como un cuidado por parte del pueblo que estableció una alianza con Él. De allí, que diga la escritura: “Adorarás al Señor tu Dios, y a Él sólo servirás” (Deuteronomio 6, 13). Este servicio, debe manifestarse en el culto y en el comportamiento.
En el Antiguo Testamento servir a Dios es ante todo ofrecerle dones, sacrificios y cuidar del templo. En este sentido el sacerdote se define como el guardián del Santuario. Al mismo tiempo los fieles, que cumplen algún acto de culto, sirven a Yahvé (2Samuel 15, 8), lo cual equivale a reconocerle y a adorarle como Dios.
Pero este culto no es un simple ritualismo, ya que exige la obediencia en el comportamiento diario a los mandamientos. Por eso afirma el texto sagrado: “lo que yo quiero es amor, no sacrificios” (Oseas 6, 6).
Nuestro Señor Jesucristo utiliza los términos de la Ley y de los profetas, para hacer tomar conciencia de que el servicio de Dios excluye cualquier otro culto, ya sea el poder, el tener, el saber, como absolutos.
Jesús se nos presenta como Servidor. Desde su infancia manifiesta que su vida es un servicio a la voluntad del Padre, por eso afirma: “es preciso que el mundo sepa que amo a mi Padre, y que actúo como me lo ha ordenado Él (Juan 14, 31).
Al obedecer al Padre, Jesús le sirve, y así salva a los hombres. Por eso, insiste, “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida…” (Marcos 10, 45) y añade “…Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” (Lucas 22, 27).
Los servidores de Jesucristo, son especialmente los servidores de la Palabra “Y nosotros perseveraremos en la oración y en el Ministerio de la Palabra” (Hechos 6,4).
Es sumamente urgente que en las parroquias, nuestros apreciados sacerdotes, sigan preparando laicos, para que dirijan las comunidades de base, o áreas pastorales, a fin de que hagan presente a Cristo y a su Iglesia, en tantos sectores urbanos y no atendidos, en los barrios y urbanizaciones de esas mismas parroquias eclesiásticas. Nuestros sacerdotes realizan un servicio sagrado con humildad y muchas veces entre dificultades y en medio de pruebas (Hechos 20, 19).
Quienes sirven a la comunidad, sean consecuentes, por tanto si uno tiene algún carisma, úselo conforme a la medida de la fe; de servicio, sirviendo; o el que enseña, empléelo en la doctrina; el que exhorta, en exhortar; el que reparte, hágalo con generosidad; el que preside, con seriedad; el que hace obras de misericordia, que las haga con alegría (Romano 12, 6-8).
Pero todos los cristianos, por el bautismo han pasado del servicio del pecado, al servicio de Cristo y su justicia, y les decía: “Si ustedes permanecen en mi doctrina, son de verdad discípulos míos, y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8, 31-32). Ellos sirven a Dios, desde sus hermanos, no como esclavos sino, como seres libres que desean no aparecer, sino ser útiles.
Hoy por hoy, a veces nos encontramos con personas que sólo actúan por ganancias, por algún provecho egoísta, por aquello de “Cuanto hay pa´eso”. Incluso no es extraño que se actúe algunas veces a nivel religioso, solo para aparecer, no por fe.
A veces se busca un poco aquello de que “para que me vean al lado de, para que sepan que sí soy importante, para que crean…”, en ocasiones se vive de teatros, pantallería y apariencias en donde no aparece por ningún lado el servicio. Es más, se oyen comentarios como éste: “hay que hacerse notar, hay que hacerse sentir, lo demás no importa”.
Se ha generalizado tanto, el matraqueo, que pareciera que todo tuviera un precio. Nada es gratis, a veces; todo pareciera tener una doble intención, ya sea político, o económico; pero no podemos seguir construyendo una sociedad mercenaria.
Hoy debemos desde Cristo aprender a servir, simplemente. Entendemos que también existen personas que sí actúan en todo esto, con ganas de servir.
Lo que sucede es que a veces escasean, hasta el punto que nos es extraño cuando alguien nos hace un servicio. Y hasta podemos llegar a pensar ¿Con qué me saldrá este?, ¿Qué andará buscando?, ya que nadie confía en nadie, porque el sórdido interés, se ha generalizado en forma asombrosa.
Sin embargo nuestro Señor nos invita a trabajar, para obtener lo necesario para vivir, atender la familia; pero todo esto se debe ver como servicio, no como rapiña; y es bueno entender que si bien debemos auto servirnos, no debemos olvidar que también tenemos que servir a través de nuestro trabajo a los demás. Es conveniente pensar en el país, en la comunidad; en que podamos ayudar y atender a los otros por su bien simplemente, y nada más, como Cristo lo exige cuando nos enseña, “que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha”.
Yo creo que nuestra fe cristiana, nos debe impulsar a ser más solidarios y menos pantalleros; a ser más generosos y menos tacaños; a ser menos codiciosos y más servidores, menos prepotentes y con más sensibilidad humana.
Debemos tomar más conciencia del por qué hacemos las cosas, y no hacerlas por hacerlas. Cristo nos sigue diciendo a todos: “no he venido a ser servido, sino a servir”.