El llamado Discurso Político es un entramado de discursos parciales que incluso pueden contener elementos comunes entre sí, aunque aparezcan como posiciones irreductibles. Quizás así podemos entender la llamada “invasión norteamericana”, leyéndola dentro de los diversos contextos por los cuales se desplaza la política liderada por Obama, no sólo porque los tiempos son otros y EEUU maneja su política exterior de acuerdo a los diversos escenarios, sino porque Obama no es Bush y sólo le interesa que Venezuela cumpla con sus compromisos con el FMI, siga produciendo petróleo y logre la estabilización política sobre la base de no ceder a la tentación de sustituir el modelo de populismo del socialismo bolivariano,por una verdadera alternativa de izquierda. El modelo de mercado lo exige así. Asunto que al parecer, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Cuba hoy, parecen tener muy claro.
La medida de prohibición de entrada a los EEUU y el congelamiento de las cuentas de un grupo de funcionarios, así como la filtración de los “haberes” de líderes y ex funcionarios venezolanos en otros países y bancos, alimentan las contradicciones y denuncias de corrupción que dentro del seno gubernamental y pesuvista han venido ventilándose desde hace bastante tiempo y que incluso ha marginado, a quienes exigen otro tipo de actitud cónsona con ideales elevados.
La verdadera invasión no requiere entrar al territorio ni disparar un solo tiro y consiste en generar información sobre la corrupción dentro y fuera del país, minando cualquier posibilidad de interés foráneo para invertir o negociar con Venezuela y sobre las características imperiales de las relaciones de lejanos países establecidas con el nuestro, mediante convenios y acuerdos cuya trascendencia y entrega parecen ignorar o desestimar, muchos de los que hoy gritan que seremos invadidos o que el único imperio está en el norte. Ese mismo que firma con Cuba, país cuyas deudas con Venezuela se anuncian impagables.
La retórica presidencial ha sustituido desde hace mucho tiempo, argumentos por gritos y amenazas. Sin posibilidad de diálogo, la palabra huyó desde hace mucho tiempo, asunto grave para cualquier sociedad que se precie de democrática y que como la nuestra, se caracterizó por la tolerancia política y religiosa que afortunadamente ha impedido la guerra civil añorada por algunos irresponsables. La mesura y respeto no impidieron debates profundos en la prensa y el parlamento, aulas y patios. Retomar el hilo de la coherencia discursiva, de la conversa amable y el respeto al disentimiento, nos llevará tiempo en un país cuya polarización alcanza hasta los chats familiares. La civilidad no es un asunto de decretos sino de actitud y convencimiento.
La innegable polarización ha hecho creer en ambos lados del río, que los Otros no tienen derecho a existir ni a participar, en la recuperación de un país cuya baja de ingresos petroleros, demostró que el modelo socialista rentista es tan dañino como el de capitalismo rentista. La “invasión”, permite crear un clima de ”lucha patriótica”, protegido por las leyes habilitantes y más parcializado aún, ante la cercanía de las elecciones que parecieran perdidas,pues sirve de capa roja al torero para distraer la atención – imposible olvidarlas- de los falsos empleos generados por las colas, el desabastecimiento y la inflación galopante, aunada a esa desazón que encoge el alma de quien oye sonar teléfono o puerta a deshoras. El arte universal entregó imágenes de las revoluciones, incluyendo la francesa, con sus multitudes, líderes y banderas oteando en inmensas avenidas sobre cadáveres.Hoy corresponde a la fotografía ser la crónica visual y plural, de inmensas colas y manos anónimas en su intento de asir lo inalcanzable.
