Para comparar las experiencias cubana y venezolana es crucial recordar el detalle decisivo: Tiempo y oportunidad. En inglés «timing».
Se trata del hombre y sus circunstancias, como diría Ortega y Gasset; y donde uno se afianzó en el ímpetu de su triunfo inicial, otros – desubicados – lo intentan extemporáneamente.
Allá, al colapso de una primitiva dictadura un carismático brillante fanatizó a un importante sector, y con apoyo decisivamente mayoritario vertiginosamente consolidó un poder absoluto en apenas tres años.
Entró «legitimando» una sanguinaria y sistemática represión, encarnada en un tenebroso paredón. Rápidamente se erigió en dictador mesiánico, coreando: «Elecciones, para qué», sin asomo de otros poderes del Estado que le hicieran sombra.
Las fuerzas armadas del dictador despedido por sus propios generales se evaporaron al quitarse el uniforme una tropa que se fue a su casa avergonzada. Pronto fueron completamente reemplazados por otros altamente profesionalizados y disciplinados, organizados al entero servicio del amo.
En pocos meses erradicó todo vestigio de libre expresión, acabó con la fuerza de la Iglesia católica y eliminó casi todo rastro de propiedad privada.
Se favoreció con la emigración de un 20% aproximado de la población total de la isla – y el 90% de su gente pensante – y se quedó sin mayor oposición interna en medio del terror y de un lumpen degradado e inerte.
Su enfrentamiento frontal con Estados Unidos en un mundo entonces bipolar y casi inconsciente de los derechos humanos trajo consigo el escudo de una URSS aún belicista, que usó aquella ficha a su conveniencia.
Algunos inocentemente creen que la confrontación de EEUU amalgamó a un pueblo junto a su líder – pero en Cuba el absoluto control se afianzó con celeridad, y se congeló a largo plazo en la negociación de la llamada crisis de los cohetes de 1962.
Al concluir el primer ciclo – en un relámpago histórico – apenas quedaron vestigios y fósiles de civilización occidental en toda una isla que corría rápidamente hacia su virtual «haitianización».
Con lo actual hay muchas semejanzas de forma, pero poco más. Vociferar consignas, cacarear «teque» comunista, disfrazarse de rojo, usar cursi grandilocuencia, y prodigar un diluvio de amenazas, abusos y atropellos jamás iguala a la gran tragedia cubana. Cuba tan sólo se compara a Corea del Norte…con mejor clima.
Deseos no empreñan y menos a destiempo: Tras tres estériles lustros; sin carisma y con desgaste, desilusiones, fracasos, tedio, y apoyo menguante. En bancarrota y con el sol en la espalda.