Cuando la palabra se aleja de la realidad y de la verdad, pierde su poder de creación y recreación de sentidos y significados, especialmente en el caso de la política.
La “revolución” acorralada por la contundencia de su fracaso, ha decidido construir una visión del país y sobre todo de su acción, en la cual sus logros no dependen tanto de si son ciertos, tangibles o no, sino de su carácter de promesas perennes, deseos plenos de bondad a punto siempre de realizarse, pero que no lo hacen por el demonio convertido en imperio, en oposición, en crítica o disidencia, en protesta, a la que debe suprimirse de la escena política nacional.
El gobierno cree absoluta y fervientemente que no publicar las cifras de inflación, o de escasez, o de muertes por el hampa, o de enfermedades diversas, por ejemplo, harán automáticamente que la gente se olvide del tema, o no lo sufra en carne propia. El vacío en su bolsillo, su impotencia ante el abismo de conseguir o pagar un mercado de alimentos de tres bolsitas, pasa a ser un estado de malestar creado por la oposición apátrida, por los saboteadores, por la CIA, pero nunca por una errada, inefectiva o fracasada política de controles y guerra a la empresa privada, que debe producir a pérdida, cueste lo que cueste.
Maduro es el rostro visible ya no de un gobierno, sino de una estructura de propaganda y represión cuyo único objetivo es el de mantenerse en el poder pase lo que pase, en la idea del carácter eterno de la “revolución” y de esa desechable idea de la alternabilidad o el cambio, términos proscritos del actual lenguaje del poder en Venezuela.
La Habilitante anti-imperialista aprobada por la Asamblea Nacional a Maduro, servirá exactamente para lo mismo que sirvieron las anteriores habilitaciones para atender la crisis de las lluvias, o la corrupción: para nada.
El verdadero imperio con el que debe luchar Maduro no está fuera del país, está aquí adentro: el imperio del hampa, el imperio de la escasez, el imperio de las mafias cívico-militares que saquean el erario público, el de la inflación sin control, el imperio de la economía paralizada por la ausencia de dólares, dólares saqueados por la boliburguesía “socialista”.
La cantaleta de la “guerra económica” ciertamente no tiene sustento en la opinión pública. Según cifras de Datanálisis, 58% piensa que es mentira. Keller y Asociados señala que sólo 20% da credibilidad a los anuncios del Presidente en general, y 80% lo responsabiliza por este problema en particular, según Delphos (El Nacional, 15-3-15).
La retórica revolucionaria, gracias a su vocación mitómana, parece estar llegando a su fecha de caducidad en el calendario de la credibilidad popular. Su principal amenaza, un legado onírico, un antojo ilusorio: el imperio de la mentira.
Ya lo dijo, rascándose la barba, Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo.”