Todos cometemos errores. Cuando las cosas -a nuestro parecer-, salen mal, es cuando más aprendemos. ¿Por qué? Muy sencillo. Las equivocaciones son una eficaz manera de adquirir experiencia.
Los lápices, son largos, y con un pequeño borrador… pues todos nos equivocamos. Sin embargo, el tamaño del borrador es mucho menor que el tamaño del lápiz. Esto indica que, a pesar de que nos equivocamos, es más lo que escribimos correctamente que los errores que cometemos.
A veces pensamos que nuestra vida no vale nada, o que nacimos para tener problemas y dificultades. Como dice el dicho “el que nace pá martillo, del cielo le caen los clavos”. Eso no es verdad. Todo depende de la actitud que tomemos ante lo que nos ocurre y los fundamentos sobre los que tenemos montada nuestra vida. Si está fundamentada en Dios, es decir, si lo tratamos y recibimos en los sacramentos, especialmente en la reconciliación y la eucaristía, el enfoque de los problemas –que no faltan- estará bien orientada y, por tanto será bien resuelta.
Las depresiones vienen cuando pensamos que es más lo malo que lo bueno en nuestras vidas, sin embargo, es más lo bueno que hay en nosotros que aquello que amerite llamarse error. No nos detengamos por un pequeño error, borra tus errores, escribe encima, pues tenemos mucho lápiz. Conoce tus habilidades y cree en las cosas buenas que puedes realizar.
Tienes muchas cosas buenas que puedes escribir y si te anclas en lo poco que has tenido que borrar, dejarás de escribir tu parte del libro de esa historia personal tuya, que como los niños, -que aprenden el silabario con la guía de la mano del maestro-, tú la escribirás con la guía de la mano de Dios.
La vida es una aventura. La vida es como un tapiz guajiro, de aquellos que Luis Montiel tejía con hilos de vivos colores. Cuando lo volteas y los ves por detrás, te encuentras con un enredo de nudos en desordenada sucesión. No puedes interpretar nada porque todo está deshilachado, es una costura por su reverso. Así vemos, a veces la vida: incoherente, inexplicable, quizá sin sentido, pero, si lo volteamos y lo vemos de frente, por el otro lado, resulta una maravillosa amalgama multicolor que distrae y enriquece la vista. Enseguida te preguntarás: ¿Y toda esta belleza la he realizado yo? Sí. Con tus aciertos y errores, con tu buena voluntad, con tu deseo de agradar al Creador, -que dicho se de paso-, es coautor contigo de la obra hecha. Y de ese lado, es que Él la ve.