Hay recuerdos hermosos. Hay recuerdos amargos. Hay recuerdos que ni para qué recordar. Sin embargo, la memoria es inherente al ser humano y recordar es vivir.
De nuestro misterioso cerebro sabemos mucho menos de lo que quisiéramos. En esos lóbulos y su masa de caprichosas curvas, en algún lugar está la memoria –los médicos sabrán dónde- y es sin duda un punto crucial pues allí parece estar el encuentro trascendente de materia y espíritu. La memoria es, a mi pobre entender, tanto una función física de esa materia gris que alberga nuestro cráneo, como una función de nuestra alma inmaterial que Dios nos infundió. ¿Es allí donde se hace esa fusión, imprescindible para ser hombre, de cuerpo y espíritu, que sólo rompe temporalmente la muerte del primero, hasta que al final del tiempo se vuelvan a encontrar? No lo sé. Lo que sí sé es que la memoria es el depósito de nuestra vida pasada, cuya puerta siempre está abierta para recibir la historia.
En el castellano antiguo del siglo XVI se empleaba el verbo recordar como sinónimo de despertar: ¡Cuán manso y amoroso / recuerdas en mi seno, / donde secretamente solo moras, / y en tu aspirar sabroso, / de bien y gloria lleno, / cuán delicadamente me enamoras! (San Juan de la Cruz, “Llama de amor viva”, 4º y última estrofa). Es decir, despierta Dios dentro el alma donde siempre está y la enamora.
Este viejo castellano vino a América con los conquistadores y, mientras en la península muchas palabras dieron paso a otras y desaparecieron, en nuestro continente permanecen. Me contaba una señora: una empleada suya, de algún lugar de Colombia, decía: “Anoche los niños se recordaron mucho”. Se despertaron. Si uno lee la edición del Quijote que con motivo del 5º centenario de la primera edición publicaron juntas las academias de la lengua de España y América, se encuentra, en las notas al pie de página, la explicación de algunas palabras incomprensibles para los españoles de hoy y en cambio muy vigentes en nuestro vocabulario.
Recordar es despertar el pasado en la memoria, donde duerme el sueño de los justos. De repente una palabra, una canción, un encuentro, provoca un despertar. Un momento olvidado pasa ante nuestros ojos interiores como una cinta cinematográfica. ¡Mágico instante del recuerdo! Y viene a mí, con lo que acabo de escribir, aquello de Jorge Manrique: Despierte el alma dormida, / avive el seso e despierte… (Coplas por la muerte de su padre, estrofa I).
Pero el mundo ha resuelto olvidar. La falta de memoria histórica no es sólo un “privilegio” latinoamericano o venezolano, se contagió a otros países. Unos dicen que el Holocausto nunca sucedió; otros, reeligen a sus peores gobernantes, tal Ortega en Nicaragua; los hay quienes quieren reeditar el fracaso, como Podemos en España, cuyos líderes, Iglesias y Monedero –apellido muy propio: estuvo años chupando dinero de Venezuela- según el deslenguado Bertín Osborne, quieren calcar para su país el chavismo que arruinó a Venezuela. Nadie despierta ni recuerda ni aprende. ¡Dígame si España tendrá luego que independizarse de América!
Termino siguiendo la estrofa de Manrique: … contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando…