Siempre se ha dicho que si para algo sirve la historia es precisamente para recordar el pasado y no volver sobre los desacierto. Recuerdo la frase elocuente que alguien legó a la posteridad, como célebre: “Experiencia es el nombre que muchos dan a sus errores”. Más allá de la nostalgia que se atesore y las vivencias felices o infelices, alegres o tristes, que deparó el tiempo, eso de “Recordar es vivir”, también suena a relativo, para variar. Auswitz es el símbolo del horror.
El cuestionamiento a la visión unidisciplinaria de la Ciencia, en un contexto como el de hoy, dominado por el pensamiento global o reticular, como corresponde a la una nueva morfología de la denominada sociedad- red o sociedad de la información y del conocimiento (que no es lo mismo, pese a la relación intrínseca en tal calificación), pone al descubierto la posibilidad cada vez más cierta del análisis contrafactico o contrafactual.
Hace rato que se asomó por allí como un género literario, atisbando por entre las rendijas de la historia, buscando acontecimientos que cambiaron el curso de la civilización porque “sacudieron al mundo” con la magnitud de su impacto, como todo hecho memorable que “la ciencia de los hombres en el tiempo”, como dijera el francés, Marc Bloch, sigue registrando.
Para el análisis contrafáctico, la “contemporaneidad” como categoría emergente en el seno de la disciplina en cuestión, ya convoca a otra manera de ver la realidad, independientemente del nivel estructural, coyuntural o eventual en el que se ubique quien indaga, incluyendo el ámbito: mundial, nacional, regional o local.
Los ejemplos sobran y las preguntas como potenciadoras de las dudas se multiplican rápidamente, en sucesión, como una reacción en cadena, propia del pensamiento sistémico. Dejan así, abierta la posibilidad de múltiples respuestas, que a la manera de “hacer link”, se van generando de una manera inusitada, pero que requieren, eso sí, la condición de pensar, de reflexionar desde la crítica, cuestión que va perdiendo espacio frente al empuje del hipervértigo que alimenta la banalidad. Alrededor del análisis contrafáctico la moraleja suena a verdad de Perogrullo: Aprender de los errores.
Deshojando la margarita o abriendo las páginas de sucesos para escribir esa otra historia, la no cotidiana, la no programada, la de la rutina del día a día, la intrascendente, la que no deja lecciones, sobrevienen los ejemplos. Ayer fue noticia el representante de Irak, solicitando o en términos más dramáticos, implorando ayuda internacional en el seno de las Naciones Unidas para salir del infierno que hoy vive ese país, al igual que los demás que padecieron la “Primavera Arabe”. La pregunta es: ¿Qué hubiese pasado de no llevarse a cabo tal estrategia? El saldo del fracaso de una medida político- militar, justificada en nombre de la libertad y la democracia para promover la guerra contra las dictaduras, puede medirse por la magnitud de los “daños colaterales”. ¿Cuál ambiente democrático se respira en esos países luego de la intervención militar?
El análisis contrafáctico tiene sus ventajas. El giro de la política exterior norteamericana, anunciado por Barak Obama en uno de sus discursos recientes, ahora apunta hacia la denominada guerra no convencional. Allí está Cuba.
Aquí sobran ejemplos. La historia del Sistema de Orquestas es ilustrativa. El saldo de las estrategias de sustentabilidad parece requerir del análisis contrafáctico.