Una semana dura, dolorosa, ésta que pasó.
Cuesta describirla, exponerla, y mantener, a la vez, una postura desapegada, ajena. Menos aún, la de un observador impasible, indiferente.
Es un drama que, con cada amanecer, con cada asombro, con cada asco, toca las fibras más íntimas del ser nacional. Ya no se trata sólo del desfalco a las arcas públicas que hemos presenciado todos estos años. Las posibilidades de progreso y bienestar de un país al que Dios, ciertamente, tuvo la generosidad de proveer en abundancia, sacrificadas en los dantescos altares de una revolución tan petulante como inepta.
Lo más perverso de todo este juego es que ahora se pretende, también, expoliar las reservas morales de la nación, matar su esperanza, desvalijar la posibilidad de que una sociedad llamada a recobrar la capacidad de reconocerse y valorarse a sí misma, reaccione y exija un perentorio cambio de rumbo. Que una patria escarnecida, ultrajada, se ponga de pie para pronunciar un apremiante: ¡Ya basta!
Ahí está el caso del incomprensible arresto del doctor Carlos Rosales, presidente de la Asociación Venezolana de Clínicas y Hospitales.
En lugar de que el ministro de Salud lo invitara a dialogar, como ocurriría en cualquier comarca decente, funcionarios del Sebin lo sacaron de su consultorio en Valencia, a fin de que respondiera un cuestionario. ¿La razón?: al poder le incomodó que alertara por la radio sobre la aguda escasez de insumos médicos, estimada entre 60 y 70%, en relación a casi todas las patologías, incluyendo fármacos que se prescriben a pacientes cardíacos, con cáncer y a los trasplantados.
Antes de eso, la suerte del presidente de Farmatodo, Pedro Luis Angarita, y la del vicepresidente de operaciones, Agustín Álvarez, había sido divulgada, con especial deleite: “Los tengo presos en el Sebin, les pusimos los ganchos”. Por “irritar al pueblo”, sentenció.
Los larenses, y particularmente los caroreños, saben, y estiman, la historia de esta empresa, cuyos orígenes se remontan a un lejano 1918, cuando ese prohombre que fue Don Rafael Zubillaga, fundó en Barquisimeto la Farmacia Lara, casa que en 1955 cambiaría su nombre, sólo para ensanchar su prestigio, por el de Droguería Lara.
El surgimiento, en 1985, de Farmatodo, líder en el concepto, novedoso hasta entonces en el país, de la farmacia de autoservicio, no es sino el ejemplar corolario de una historia, de un arraigo, de una visión, de un tesón de varias generaciones y una audacia empresarial que si algo merece es el reconocimiento de todos, el Estado venezolano de primero. Con 167 sucursales, cuenta con unos 7.000 empleados, y ha incursionado con éxito en Colombia, datos que al parecer poco le dicen a quien sólo piensa en sus grotescas revanchas y no tiene ningún empacho en leerle desde su estrado la cartilla a fiscales y jueces: “Actuemos con la mayor severidad, unos cobardes es lo que son estos burgueses”.
Casi simultáneamente le tocó a la cadena Día a Día, que perdió sus 35 sucursales sin recibir garantía alguna de indemnización, otra vez por “boicotear la economía y provocar descontento en la población”. “Irritar al pueblo”, en el caso de Farmatodo, o “provocar descontento”, en cuanto a Día a Día, cualquier pretexto sirve.
Luego Salvador Lucchesse, liberado de Ramo Verde junto al ex alcalde de San Diego, Enzo Scarano, nos puso al tanto de los horrores a los que son sometidos los presos políticos en esa cárcel militar. El ex jefe de policía de aquella localidad del estado Carabobo habló de las madrugadas en que penetró a su celda un tropel de funcionarios con el encargo de caerle a golpes. El ruido con el que no los dejan dormir. Las descargas de orina y excrementos hacia sus sitios de aislamiento. Todo, claro está, como parte del debido proceso.
Por eso decimos que fue una semana dura, dolorosa. Juzgue usted, amigo lector. ¿No son demasiados desatinos en tan corto lapso?