“Mi apoyo es esta piedra que han lamido los siglos. Desde ella sereno miro pasar este río, miro seguir la nube, miro volar el nido.” (De los cantos de Qeensbury)
Dedicado a los optimistas que siguen formando parte de la alegre caravana de la vida, que siguen en la lucha, negándose a ser presa de la soledad, del aburrimiento, la tristeza, el desánimo, el encierro y la depresión; igual va dedicado a los que después de jubilados no saben qué hacer con tanto tiempo libre a su disposición.
Cuando en el mundo se habla de viejos se piensa en gente que ya no es capaz de ninguna actividad. Por suerte para quienes los años no le impiden seguir trabajando y el mundo empresarial valora sus aportes y sabidurías, los apoya y alienta a seguir dando lo mejor de sí. Es una gran suerte y un privilegio que le permitan a uno seguir activo hasta la edad más avanzada. Envejecer no es una vergüenza, es un privilegio. Mientras sigamos produciendo, tengamos planes, alegrías y sueños no hay posibilidad de derrumbe. La vejez no es un atolladero en el camino al que venimos a parar. Es la cumbre a la que llegan quienes no se cansan de escalar ni se rinden. Para llegar allí es necesario atravesar los periodos de las estaciones disfrutarlos y vivirlos. Solo quien es capaz de abrir su espíritu es capaz de mirar el universo durante el recorrido de su vida y encontrarlo siempre fascinante y hermoso. Lo más importante en la etapa final es mantener el cerebro siempre ocupado; entre más tarea le asignemos trabajará más y mejor. Con los años la velocidad disminuye no así la precisión que mejora con el tiempo. Es la actitud ante los años mayores la que hunde o eleva al ser humano. La capacidad de animarnos la vida no viene de fuera, reside en nuestro interior.
Con los años uno aprende que el tiempo es oro que no debe desperdiciarse, que el elíxir de la eterna juventud no existe, que es más importante lo que se tiene que lo que se desea, lo que se ha recorrido que lo que falta recorrer. De allí la importancia que tiene quererse uno mismo, aventurarse más allá de las cárceles en que nosotros mismos decidimos encerrarnos. Con el tiempo uno pierde el miedo, la prisa va quedando atrás. La inmunidad contra el flagelo del miedo a la vejez solo se logra manteniendo en alto la autoestima, el cariño y la confianza en uno mismo.
Rafael Gonzáles Bernal (Gonzalito) con todo y sus ochenta y ocho años es el prototipo de la alegría de vivir. Mantiene su mente activa, increíble su memoria, soñador su corazón, escribe poemas, ríe a carcajadas, juega dominó, se viste elegante y se perfuma, se enorgullece cuando enseña sus medallas de ciclista y maratonista ganadas a lo largo de su carrera por la vida. Uno de sus últimos poemas es este que quiero compartir con los lectores:
Ocaso
«Adiós luz que orientas mi destino,
Adiós luces gigantes del camino,
Cuan faro titilante en gran plegaria,
Te ocultas lentamente en la colina.
Cuando tú te vas las nubes se adornan
De un rojo escarlata,
El cielo y los montes y la tarde gris
Se visten de plata.
Qué importa que tú te vayas de tarde,
Mañana temprano vuelves a salir.
Y así va la vida y así va el destino,
Brillante hoy la ruta, más tarde oscurece
La vía del camino.
El paradigma Rafael Gonzales Bernal inspirador de este tema, igual que usted, igual que yo, igual que los optimistas que marchamos hacia el ocaso, diremos como García Márquez que “Uno tiene la edad que siente, no la que tiene”.
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