La inmensa mayoría de los venezolanos que respaldó el fracasado golpe de Estado de febrero de 1992, en la creencia de que los militares acabarían con la corrupción y la injusticia social, las banderas sobresalientes de los golpistas, ha terminado con una gran frustración política al constatar, 15 años después, el aumento de la corrupción, el desabastecimiento, la inseguridad de personas y bienes, y la incontenible inflación que han convertido a los pobres en más pobres, amenazados con armas mortales si salen a protestar.
La creación de la Condecoración 4 de Febrero, para honrar a los principales lideres que participaron en el frustrado Golpe de Estado que él encabezó el Comandante Chávez, que liquidó las instituciones democráticas y el aparato productivo del país, sin justificación política e histórica alguna, se puede convertir en una peligrosa exaltación del golpismo.
El decreto y la celebración del vigésimo tercer aniversario de la intentona golpista de esa fecha, deja muy claro que tanto el extinto Presidente tenía en sus planes, como sus herederos, consolidar un régimen militar, aunque tenga un origen electoral. La exacerbación del papel de los militares en un gobierno no es nueva en América Latina ni en Venezuela; basta recordar el trienio 1945-48 en nuestro país o leer en cualquiera de los periódicos de la época los elogiosos ditirambos oficiales a la Gloriosa y Patriótica Juventud Militar que derrocó al gobierno del General Isaías Medina Angarita, con todo el vuelco democrático que le dio Rómulo Betancourt al gobierno que presidió, tres años después, el 24 de noviembre de 1948 derrocaron al Presidente Rómulo Gallegos, electo con más del 70% de los votos del momento.
Lo que la historia enseña es que la democracia sólo se fortalece con la consolidación de sus instituciones cívicas y militares, en la idea y convicción de que únicamente mediante el ejercicio del voto se deben cambiar los gobiernos legítimamente electos por la mayoría de los ciudadanos. De allí que el deber de un Presidente electo a través del voto, es educar para exaltar la democracia y no la violencia mediante la utilización de los militares, cualquiera sea la opinión que éstos tengan de ese gobierno democrático.
De allí que manipular a los oficiales de la Fuerza Armada mediante discursos ultrapatrióticos, condecoraciones para exaltar las bondades de un gobierno que tiende a utilizarlas para perpetuarse en el poder, e incluso aumentar sueldos sin que formen parte de una política para todos los profesionales y trabajadores del país, en plan de halago para fines personalistas y autocráticos, si no se respeta la Constitución vigente, deja al desnudo la intención de tratar de colocar a la Institución Armada al lado de intereses contrarios a la democracia y las libertades públicas. El resultado final suele ser el mismo en todos aquellos países en los que un dictador o aspirante a dictador, apela a ese tipo de maniobras para pedir obediencia y disciplina a la Institución Armada para perpetrar fraude contra las mayorías que se expresen en unas elecciones en contra de él. Y como Nicolás Maduro luce agotado, con mucha menor conexión con el pueblo en comparación con el difunto Presidente Chávez, si se mantiene la correlación de fuerzas que señalan las últimas encuestas, pierde las elecciones y no tendrá apoyo ni de la Institución Armada para desconocer los resultados, ni siquiera de la mayoría de sus más cercanos colaboradores.