Estamos anclados a la tierra que nos vio nacer, al ambiente y a la familia. Esta última constituye nuestro centro, porque allí adquirimos casi todo nuestro bagaje cultural y cosmovisión. Los padres y demás adultos significativos se encargan de darnos la primera visión del mundo, esa que se queda sujeta a nuestra memoria hasta que nos vamos de este planeta. Por lo tanto, son sus enseñanzas lo que sirve de andamiaje para lo que se construye en la escuela y en la sociedad.
Nuestros padres nos marcan hasta el punto que somos más parecidos a ellos de lo que creemos. Basta observar lo que hablamos y las muchas frases que repetimos. No hay ser que no haya sido afectado por los adultos con los cuales convivió en su niñez. La infancia viene a ser nuestro cimiento, por lo tanto debe estar bien abonada con valores positivos para la convivencia en sociedad.
El amor, la constancia, responsabilidad que tuvieron los padres para atendernos nos dan la base afectiva que tendremos para siempre. Es por ello que no se puede improvisar para formar una familia. Sólo dar este paso cuando contemos con la madurez, formación y la solidez económica para hacerlo. Generalmente, se toma esta decisión a la ligera, sin pensar en las consecuencias de una unión. Ambos deben tener objetivos, propósitos similares y deseos para criar unos hijos en perfecta armonía, con paciencia, amor y valores positivos.
En occidente, donde la familia tradicional está conformada por: padre, madre e hijos es necesario que se haga una revisión de los propósitos y forma de constituirla para mejorar las interacciones que se dan en la misma. Hacer de ella la base de una sociedad más justa y equilibrada. Ésta se nutre de personas que han pasado por el tamiz de un hogar, por lo tanto los problemas cotidianos que observamos: delincuencia, prostitución, drogas, niños abandonados, entre otros, son consecuencia de las relaciones que hay en las familias. Es un microcosmos dentro de un macrocosmos. Lo que pasa allí permea a la sociedad.
Tenemos violencia porque eso mismo ocurre en el hogar. Las interrelaciones están marcadas por mucha injusticia y violencia, por lo tanto los seres que crecen allí, llevan esa conducta hacia los demás, extienden sus dolores, hacen sufrir a los otros. Nadie se debe quedar indiferente ante lo que vemos, somos participes, por lo tanto, nos toca actuar. Comenzar los cambios en nuestra persona para que se vaya expandiendo el efecto hacia los demás.