Vestido con túnica y manto gris, Mario Vargas Llosa no es un loado premio Nobel de literatura, sino un noble medieval que sobrevive a la peste, al menos el tiempo de su salto definitivo a las tablas para encarnar a uno de sus personajes.
Poniendo su actividad literaria en suspenso, desde hace semanas se consagra en Madrid a los ensayos de «Los cuentos de la peste», su última obra en la que, tras algunas tímidas apariciones sobre los escenarios, a los 78 años se lanza de cabeza a la interpretación.
«Para un escritor de ficción, que se ha pasado la vida soñando historias, de pronto convertirse en personaje de una historia, aunque sea por el tiempo fugaz de una obra, es una experiencia realmente extraordinaria», afirma.
«Creo que todos los seres humanos tenemos esa aspiración, o secreta o explícita, de salir de nosotros mismos, ser otros, tener otras personalidades, encarnar otros destinos», añade en el escenario del madrileño Teatro Español, sobre el que un asno de cartón piedra yace muerto junto a varias calaveras.
Siento «nervios, muchos nervios, terror, pánico, miedo, me pregunto cada día si no ha sido una locura meterme en esto, y al mismo tiempo es tan estimulante, tan excitante, es una experiencia tan novedosa, tan rejuvenecedora», había asegurado en la presentación de la obra, que se estrena este miércoles.
Sin miedo al ridículo ni a la crítica, reconoce sentir «mucha inseguridad», ya que por primeva vez da vida plenamente a un protagonista interactuando con otros cuatro personajes. Todo un desafío.
«Toda mi preocupación tiene que ver con recordar [el texto], al mismo tiempo recordar las instrucciones del director, no desentonar con el trabajo de mis compañeros en el escenario y desde luego la enorme inquietud de lo que podría ser defraudar a los espectadores», dice.