El bolívar «fuerte» en el recuerdo

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“Una economía fuerte, un bolívar fuerte, un país fuerte”. Estribillo de la primera cuña publicitaria del Bolívar Fuerte-2007 Cuando en noviembre de 2007 desde el alto Gobierno se le daba los últimos retoques a la reconversión monetaria, el entonces ministro de Finanzas, Rodrigo Cabezas, expresaba
que con esa medida se pretendía “alcanzar a mediano plazo una inflación de un dígito y hacer que el nuevo bolívar mantenga su valor en el tiempo”.

Aunque en términos estrictamente monetarios la medida instrumentada consistió en una reconversión del “cono monetario” (conjunto de monedas y billetes de un país), se pretendía entonces que a través de la misma se alcanzara una serie de beneficios de orden económico, que pudieran incidir en lo social.

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Entonces se señalaba: abatir la inflación, facilitar las transacciones monetarias, mejorar los procesos contables y estadísticos, generar confianza en la moneda a través de motivaciones psicológicas, adaptarla a los estándares internacionales, etc.

Así, en enero de 2008, en medio de un gran despliegue comunicacional, nace la nueva familia de monedas venezolanas, que en su momento fue bautizada con el rimbombante calificativo de “bolívar fuerte”,
equivalente a Bs. 1.000 y a una tasa de cambio de BsF 2,15 por dólar (US$).

No aprovecharon las autoridades económicas el momento para complementar con otras medidas, monetarias y fiscales, las reformas que las distorsiones económicas exigían. Se ignoraron los planteamientos que en tal sentido manifestaron diferentes personalidades, universidades e instituciones.

Se pretendió que con esta medida de maquillaje monetario bastaría para crear una “economía fuerte”, según anunciaba la propaganda oficial. Para mediados del año 2010 ya el bolívar “fuerte” había perdido
la mitad de su valor, y la inflación, el desabastecimiento y la contracción de la economía se instauraban como las características resaltantes del modelo económico venezolano.

En la teoría económica el concepto de dinero está vinculado con las funciones que el mismo cumple, no solo como medio de pago utilizado en las transacciones; además, debe servir también como unidad de valor de los bienes y servicios que se transan en esa economía, como reserva de valor, y como patrón de pagos diferido. Para poder cumplir esas funciones el dinero debe mantener su capacidad de generar confianza a los distintos entes económicos.

Cuándo el poder adquisitivo del dinero se deteriora por efectos inflacionarios, lo primero que percibe el consumidor es, precisamente, su incapacidad para procurarse la cantidad de bienes y servicios a los que
habitualmente accedía, es decir, se afecta negativamente su poder de compra. Si el proceso inflacionario toma cuerpo, este deterioro se hace crónico.

Tomemos un ejemplo para ilustrar lo expuesto:

El billete de Bs 100. En el actual cono monetario, es nuestro billete de mayor denominación. Sin embargo, como la inflación va exigiendo mayores suministros monetarios en la medida en que se deteriora la capacidad de compra, la creación de mayores cantidades de billetes se hace necesaria. Así tenemos que, en enero del 2008, cuando se echa a andar la reconversión monetaria, existían 19,2 millones de piezas de Bs. 100. Según el BCV, para el mes de octubre de 2013 esa cantidad había crecido hasta 627 millones de piezas, cifra que se incrementó hasta 1.023,8 millones al cierre de octubre del 2014, es decir, un aumento del 63% en un año y de 5.132% de crecimiento respecto a 2008.

(Ver Cuadro). Se estima que el 2014 cerró con unas 1.489 millones de piezas, convirtiéndose
el billete de Bs. 100 en la pieza monetaria de mayor circulación, con 30% del total de billetes emitidos.

Con la política de expansión monetaria adelantada desde el BCV, producida por el incremento del gasto público, esta impresión de nuevo dinero inorgánico se ha constituido casi en un ritual, que ha profundizado la inflación.

El 30 de septiembre del 2014, Kejal Vyas, articulista de The Wall Street Journal, escribía acerca del “nuevo y dudoso hito” que alcanzaba la economía venezolana en su indetenible caída hacia el despeñadero.

Hacía referencia al hecho de que en esa fecha el billete de mayor denominación de Venezuela, el de Bs. 100, valía apenas 1 dólar en el mercado negro. También se refería al complicado sistema de control de
divisas existente.

Este deterioro no se ha detenido: hoy un billete de Bs. 100 en el mercado paralelo vale mucho menos de 1 dólar.

Para el consumidor se expresa en carestía y escasez. Para finales de diciembre de 2014, el Centro de Documentación y Análisis de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas) reveló que la Canasta
Alimentaria Familiar (CAF), que contiene los alimentos mínimos necesarios para una familia de cinco miembros, se ubicaba en Bs. 17.230, que significaba en esa fecha, 3,5 salarios mínimos, con un aumento del 106,4% respecto al mes de diciembre del 2013.

Detrás de todo esto están los individuos, consumidores o vendedores, afectados por igual por este proceso que hace más inequitativa e injusta la distribución de la riqueza, deteriorando de manera progresiva
sus condiciones de vida y de bienestar.

De no tomarse los correctivos nos estaríamos aproximando peligrosamente a una situación de hiperinflación, semejante a la vivida durante los años 80-90 por Bolivia, Argentina, Perú y Brasil.

Entonces, el dinero se pesaba en lugar de contarlo, y en Argentina, como aquí, se le quitaban ceros a la moneda, y además, se le cambiaba el nombre.

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