Ayer se cumplieron cincuenta y siete años del 23 de enero de 1958. En los siete de mi infancia barquisimetana aquella explosión de júbilo popular, inédita e irrepetida, dejó huella imborrable. Salí a la puerta de nuestra casa sanjuanera, en la 16 entre 38 y 39, y en una hoja del cuaderno Moderno de dibujo, pinté con los creyones el tricolor nacional para pegarlo dificultosamente en un palito de gancho de tintorería, y poder agitarlo al paso de los manifestantes que gritaban consignas de libertad y cantaban el himno montados en camiones.
El 23 de enero es una fecha histórica, la caída de la dictadura y la emergencia de la democracia. También un espíritu, el de la unidad nacional. Un espíritu de encuentro y reconciliación, de libertad y de justicia, de esperanza. Lo llamaban, “El espíritu del 23 de enero”.
Hace dos años, el 23 de enero de 2013, cuando el país empezaba el año bajo el signo de la incertidumbre. Un Presidente reelecto pero invisible, aquejado por una enfermedad grave cuyas características reales y concretas el círculo del poder se empeñaba en disimular, fingiendo que podía hacernos creer que el primer mandatario, en efecto, nos gobernaba. Pero no era verdad. Entonces dijimos que la salida a los problemas de Venezuela y la solución de cualquier desasosiego estaba en dos ideas claves: verdad y Constitución. Hoy, cuando si las circunstancias son distintas es porque son más graves, mucho más, las claves siguen siendo las mismas.
Entonces, desde la Mesa de la Unidad Democrática conmemoramos el 23 de enero como Día de la Unidad Nacional. Si no hemos perseverado en aprovechar la fecha para resaltar su valor ante nuestros compatriotas, ha sido por nuestra falta. Por una inexcusable confusión de agendas personales con prioridades nacionales. Entonces nos comprometimos a presentar una candidatura unitaria ante la eventualidad de una elección presidencial sobrevenida, y cumplimos, así como a luchar contra el ventajismo electoral, y también cumplimos.
En el manifiesto a todos los venezolanos del 23 de enero de 2013, expusimos doce objetivos nacionales. Además de aquellos dos que imponía la coyuntura. Respeto a la Constitución, Gobierno de Unidad Nacional; defensa de los derechos de los venezolanos: a la vida, al trabajo, a la propiedad, a la vivienda, a la justicia, a la libertad de expresión e información, a la educación y a vivir en la Patria; defensa de la descentralización, y de la soberanía ante la inaceptable injerencia extranjera; combate a la violencia, la impunidad y el narcotráfico; restablecimiento del respeto y la confianza entre civiles y militares; defensa de nuestro petróleo, apoyo a la producción nacional, y diálogo nacional permanente entre todos los sectores de la vida venezolana.
Esos objetivos siguen siendo vigentes. Con densa claridad y lenguaje directo, los pastores de la grey católica acaban de recordárnoslo. Que los árboles de esta cotidianidad agobiante de escasez, inflación, violencia y terquedad en imponer un modelo fracasado, no nos hagan perder de vista el bosque de nuestra responsabilidad de ofrecer una ruta y conducir el cambio en paz y en democracia, hacia una Venezuela de progreso en libertad para todos. Sin exclusiones, sin divisiones, sin discriminaciones.