En los días navideños se concretó lo que geopolíticamente venía madurándose desde mediados del 2013, es decir, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, sorpresa internacional por obvias razones en tiempo de paz social y regocijo espiritual de la humanidad.
En conocimiento del hecho tan trascendente uno supone que la decisión lleva implícita intereses diversos con un trasfondo que a las primeras de cambio no es fácil descifrar; no obstante la mente siempre perspicaz, procesé interiormente -lo manifesté a mi gente cercana-, que a mediano plazo se iba a plantear la libertad de los presos políticos.
Al parecer un “pajarito cubano” le dio una seña al heredero y éste, jugando en posición adelantada, saltó en forma altanera a expresar una de sus zoquetadas como la de canjear a L. López por un sentenciado boricua, y termina por reconocer la condición de preso político del líder de VP.
Como era de esperar, los Estados Unidos a través de la vocera del Departamento de Estado le replicó, dando una lección de cómo se manejan y canalizan los asuntos diplomáticos, que no sólo es USA la que aboga por los detenidos políticos sino también otros organismos internacionales, y recordó que un presidente no debe condenar a nadie y menos sin el debido proceso y por la televisión; naturalmente que ya los venezolanos conocemos la imitación que le hace al difunto antecesor.
El inquilino de Miraflores intuye o se lo han hecho ver los cubanos que estas son formas o pasos del “juego político” con las que hay que contar, y más cuando se está pasando por un momento político e impopular tan deplorable, y lo menos indicado es soltar una sarta de bravuconadas que tendría que recoger, porque por los vientos que soplan la libertad de los presos políticos en Venezuela debe lograrse bajo el entendimiento o la negociación acordada más temprano que tarde, por el clamor nacional e internacional, y porque la dinámica y la justicia así lo establece.