Las elecciones de primera vuelta, o balotaje, realizadas en Chile, el 17 de enero de 2010, que asignaron la victoria al ingeniero Sebastián Piñera, con un 51,87% de los votos activos, han sido reseñadas como uno de los procesos electorales más pulcros y trasparentes del civilismo hispanoamericano.
Varias circunstancias coadyuvan a darle relevancia a esta extraordinaria consulta democrática. Puso fin a la concentración consensuada entre grandes conglomerados políticos del país araucano, entre otros, el socialista, el democristiano, de máximo arraigo, en sectores populares, la Justa Electoral trascurre bajo el gobierno amplio y tolerante, que preside la doctora Michelle Michelete, con pleno disfrute de libertades públicas y sin intervencionismo oficial con rotunda participación. De esta forma termina una coalición, que duró veinte años y traslada el poder, a lo que podría denominarse, aunque indebidamente, los factores dominantes de la derecha, de la comedida Republica Sureña, que venía ejerciendo principista oposición a la coalición oficial.
Este proceso electoral ratifica ese grado de reciedumbre y de decorosa tradición civilista, que hace de Chile, uno de los palenques democráticos de mayor afirmación continental, pares entre ellos, Uruguay y Costa Rica, que descuellan por su avance cultural y desarrollado civismo, que en su entraña cognoscitiva le sembró un cimero maestro venezolano: Don Andrés Bello, quien por su apostolado cultural y docente, es en propiedad, nuestro Libertador artístico.
Andrés Bello, permanece inalterable en Chile, desde 1829, hasta el 15 de octubre de 1865, un fecundo lapso de 36 años de afanado quehacer. Redactó el Código Civil Chileno, una obra monumental que, con la renovación necesaria, aún se conserva vigente. Redactó la Filosofía del Entendimiento y el Primer Tratado Americano de Derecho de Jentes y su obra fundamental de Gramática de la Lengua Castellana.
Bien sabemos que la democracia es un instrumento de extrema delicadeza, que gráficamente puede funcionar, como abigarrado y fino mecanismo de relojería, insumiso a la mano torpe que quiere forzarlo e igualmente que quiere forzarlo e igualmente necesitado de continuo reajuste, de oportuna regulación y de celosa vigilancia. La democracia es ejercicio para hombres civilizados y por ello funciona tan deficientemente o no funciona del todo, en países de escasa educación.
Cuando hacemos el elogio de la institucionalidad democrática chilena, vemos con estupor la notable desigualdad con nuestra democracia en extinción. El gobierno es la voluntad de uno solo convertida en autoridad. Extinguido el Estado de Derecho, que es la Flor de la Cultura y que constituye el ideal y la realización de nuestro pueblo, el Derecho Público totalmente inexistente y consumido el país por los flagelos de la corrupción y de la inseguridad, que no permiten el florecer de los derechos humanos patrimonio de la humanidad.
La democracia chilena afirmada en su vigoroso ámbito institucional es capaz para la tolerancia, responsable para la libertad, en su desarrollo y en su manifestación actual aún conserva los atributos singulares en que insistía tesoneramente Don Andrés Bello, desde los versos de su primo Rosas Silva, el predominio de una Nación, donde la libertad tenga morada, freno la ambición y la ley templo.
En Chile se pone de manifiesto, que la libertad y la tolerancia, son los ejes que conducen la política y hace tiempo el grotesco personalismo, fue sustituido por las formas representativas de un institucionalismo avanzado.